Desde la muerte de Luz, su esposa, en abril del 2006, Mario Benedetti comenzó a morir un poco. Sin seguir con las polémicas que han surgido en las últimas semanas entre premios, estilos y poetas. Sin tomar en cuenta las declaraciones de Antonio Gamoneda sobre Benedetti al declarar después de su muerte: “aunque yo no comparto su ámbito poético, fue un ser admirable, pero utilizaba un lenguaje normalizado, el lenguaje de la comunicación coloquial. Aunque lo respeto, no lo comparto”. Sin hacer comparaciones entre escritores yo tampoco comparto el gusto por la poesía de Benedetti. Quizá publicaba todo lo que escribía, o sus editores le sacaban rápido el cuaderno de las manos sin darle tiempo a revisarlo. Sin embargo, movía multitudes y la gente de la calle repetía sus versos de memoria.
En el verano de 2006 estuve en Montevideo. Allá era invierno, como suele ser, crudo, frío, con neblina hasta el mediodía y al atardecer; con lluvia tenue y mucha humedad. Fui a un congreso de escritores a celebrarse en la Biblioteca Nacional. Ahí me reencontré con William Johnston, un amigo poeta que tenía varios años de haberle perdido la pista. Él fue mi guía en esa ciudad de bruma y nostalgia que yo sólo había sentido en Buenos Aires. Después de almorzar un chivito al pan, la pregunta obligada era ¿cómo está Benedetti? Tenía pocos meses de viudo y el asma se había vuelto a ensañar contra él. Willy aseguró que no asistiría al congreso pero que lo tenía que ver el fin de semana. Si querés, podés acompañarme, me dijo sin mayor problema.
Para mí era una tentación estar en Uruguay y no seguir los rastros de Amado Nervo. Sus últimos días de vida los había pasado en Montevideo a donde fue a cumplir unas diligencias diplomáticas. Al tercer día de haber desembarcado, de ser recibido con honores de jefe de Estado y ser vitoreado por una multitud, la muerte lo sorprendería después de una semana de agonía por una peritonitis masiva. Al finalizar el congreso me quedé tres días para encerrarme en la hemeroteca y revisar periódicos de la época, documentos reservados sólo para investigadores acreditados, por lo que Willy me ayudó, con sus influencias, al acreditarme en pocos minutos como investigador de no sé qué universidad. De esos amarillentos diarios, que no pude fotocopiar, transcribí todo el mes de mayo de 1919 siguiendo el día a día de su enfermedad. Comprobé que Amado Nervo era el poeta más importante de su tiempo, heredero de la lírica de Rubén Darío.
Yo tomaba las notas finales para mi novela El orden infinito y para el guión Amor a muerte que escribía Arturo Pimentel. Estuve tres días encerrado en medio de un altero de papeles, a media luz, como suele ser la intensidad de las bibliotecas, escuchando en mitad del silencio un estornudo o una tos del otro lado del salón. Por la noche en el hotel, revisaba de nuevo mis notas y mis nuevas interrogantes. La mañana del viernes, William por fin me confirmó que Benedetti nos recibiría a media tarde. Me previno que fuéramos puntuales, que posiblemente el encuentro no duraría mucho tiempo. Quedó en pasar por mí a la Biblioteca Nacional media hora antes de la cita o por lo menos eso le entendí. Me quedé esperándolo poco antes de encontrarme en La Razón con la muerte de Amado Nervo, la disputa de Uruguay y Argentina por el cadáver. La travesía en barco de sus restos mortales tardó seis meses en llegar a México, ya que en cada puerto donde atracaba, Brasil, Venezuela, Panamá, recibía homenajes. Te dije que pasaría por vos a tu hotel, yo cómo iba a saber que estarías aún en la hemeroteca, me dijo más tarde mientras cenábamos, para variar, un chivito al plato.
De cierto modo tuve que escoger entre Nervo y Benedetti, siendo viernes, al día siguiente ninguno de los dos estaría disponible, y yo tomaba el buquebus de regreso a Buenos Aires. De cualquier manera, por el malentendido, habría llegado tarde a la cita, le contesté a Willy. Él había estado poco menos de una hora con Benedetti, la humedad de ese agosto invernal lo tenía recluido desde la muerte de Luz, la mujer que había amado desde la infancia, pero que su timidez le había impedido decírselo. Cuando finalmente se lo confesó, a los 16 años de edad, ella tardó minuto y medio en aceptarlo, contaba Benedetti. Sesenta años después, el asma, enfermedad propia de los que temen el abandono, de nuevo le tenía colmados los pulmones de infinita tristeza.
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En el verano de 2006 estuve en Montevideo. Allá era invierno, como suele ser, crudo, frío, con neblina hasta el mediodía y al atardecer; con lluvia tenue y mucha humedad. Fui a un congreso de escritores a celebrarse en la Biblioteca Nacional. Ahí me reencontré con William Johnston, un amigo poeta que tenía varios años de haberle perdido la pista. Él fue mi guía en esa ciudad de bruma y nostalgia que yo sólo había sentido en Buenos Aires. Después de almorzar un chivito al pan, la pregunta obligada era ¿cómo está Benedetti? Tenía pocos meses de viudo y el asma se había vuelto a ensañar contra él. Willy aseguró que no asistiría al congreso pero que lo tenía que ver el fin de semana. Si querés, podés acompañarme, me dijo sin mayor problema.
Para mí era una tentación estar en Uruguay y no seguir los rastros de Amado Nervo. Sus últimos días de vida los había pasado en Montevideo a donde fue a cumplir unas diligencias diplomáticas. Al tercer día de haber desembarcado, de ser recibido con honores de jefe de Estado y ser vitoreado por una multitud, la muerte lo sorprendería después de una semana de agonía por una peritonitis masiva. Al finalizar el congreso me quedé tres días para encerrarme en la hemeroteca y revisar periódicos de la época, documentos reservados sólo para investigadores acreditados, por lo que Willy me ayudó, con sus influencias, al acreditarme en pocos minutos como investigador de no sé qué universidad. De esos amarillentos diarios, que no pude fotocopiar, transcribí todo el mes de mayo de 1919 siguiendo el día a día de su enfermedad. Comprobé que Amado Nervo era el poeta más importante de su tiempo, heredero de la lírica de Rubén Darío.
Yo tomaba las notas finales para mi novela El orden infinito y para el guión Amor a muerte que escribía Arturo Pimentel. Estuve tres días encerrado en medio de un altero de papeles, a media luz, como suele ser la intensidad de las bibliotecas, escuchando en mitad del silencio un estornudo o una tos del otro lado del salón. Por la noche en el hotel, revisaba de nuevo mis notas y mis nuevas interrogantes. La mañana del viernes, William por fin me confirmó que Benedetti nos recibiría a media tarde. Me previno que fuéramos puntuales, que posiblemente el encuentro no duraría mucho tiempo. Quedó en pasar por mí a la Biblioteca Nacional media hora antes de la cita o por lo menos eso le entendí. Me quedé esperándolo poco antes de encontrarme en La Razón con la muerte de Amado Nervo, la disputa de Uruguay y Argentina por el cadáver. La travesía en barco de sus restos mortales tardó seis meses en llegar a México, ya que en cada puerto donde atracaba, Brasil, Venezuela, Panamá, recibía homenajes. Te dije que pasaría por vos a tu hotel, yo cómo iba a saber que estarías aún en la hemeroteca, me dijo más tarde mientras cenábamos, para variar, un chivito al plato.
De cierto modo tuve que escoger entre Nervo y Benedetti, siendo viernes, al día siguiente ninguno de los dos estaría disponible, y yo tomaba el buquebus de regreso a Buenos Aires. De cualquier manera, por el malentendido, habría llegado tarde a la cita, le contesté a Willy. Él había estado poco menos de una hora con Benedetti, la humedad de ese agosto invernal lo tenía recluido desde la muerte de Luz, la mujer que había amado desde la infancia, pero que su timidez le había impedido decírselo. Cuando finalmente se lo confesó, a los 16 años de edad, ella tardó minuto y medio en aceptarlo, contaba Benedetti. Sesenta años después, el asma, enfermedad propia de los que temen el abandono, de nuevo le tenía colmados los pulmones de infinita tristeza.
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Rodolfo Naró, poeta y narrador mexicano, su libro reciente es El orden infinito, finalista del Premio Planeta de Novela 2006. wwww.rodolfonaro.com
Imagen en contexto original: Cervantes Virtual.
Imagen en contexto original: Cervantes Virtual.
En la foto Mario Benedetti con su esposa Luz López Alegre (1947). Un año después de su boda.
6 comentarios:
Sin duda la vida nos tiene caminos extraños, y el tuyo sin duda vaya que lo fue... Jeje!!
El haber tenido el gusto de conocer a Benedetti, hubiera sido genial.
Esta vida sigue adelante, sin detenerse, tal vez tú seas despues, esa persona que sufre de asma por temor al abandono.
Yo, estoy en ese camino donde mis pulmones se estan "colmando de infita tristeza" por la posible perdida de mi amada. Por el desuso del amor, que nos ha abandonado, que nos olvido en alguna parada del bus sin que nos percataramos; ella y yo.
Lo digo por que curiosamente, empiezo a sentir como el aire me abandona, como si mi corazon empezara a predecir la partida de mi amor. Como si se empezara a negar a trabajar, por que simplemente no hay mas motivo para seguir de pie, dandome vida.
Espero no morir de tristeza por la ausencia, o por el abandono, como moria lentamente Mario Benedetti(qepd).
Un saludo
Atte: Miguel Palacios (Un sincero amigo)
mike_laurent@hotmail.com
Querido Miguel:
Gracias por leerme. Ojalá que tus pulmones se llenen de vida y que tu amada siga contigo y tu con ella. Ánimo y sigamos leyéndonos.
Saludos,
Naró
CREO QUE TODOS EN DETERMINADO MOMENTO SENTIMOS QUE MORIMOS LENTAMENTE, CADA QUIEN POR UNA RAZON DIFERENTE, LA RECUPERACION ES EXTENUANTE Y DOLOROSA, NUNCA SE LLEGA A DAR POR COMPLETO, SIEMPRE QUEDAN SECUELAS.
LO PEOR QUE PODEMOS HACER ES DEJARNOS VENCER POR ADVERSIDADES, TAL VEZ AL PRINCIPIO NOS PAREZCAN DIFICILES DE SUPERAR PERO CON EL PASO DEL TIEMPO DESPUES SE VUELVEN NIMIEDADES.
MIENTRAS ESO SUCEDE, HAY QUE APROVECHAR LA INSPIRACION QUE OFRECE LA TRISTEZA QUE ADEREZADA CON UNA TARDE COMO EL CLIMA INVERNAL URUGUAYO, UNA BUENA TAZA DE CAFE, RESULTA SER LA MEJOR DE LAS COMPAÑIAS.
Hola Selene:
la taza de café te la acepto y el frío también. Nos seguimos leyendo, gracias por visitarme.
Saludos,
Naró
El final me hizo llorar porque soy asmatica desde los 8 años, he pasado navidades con oxigeno y en crisis, caminar de mi recamara al baño es una maraton; así como usted tiene una cicatriz en la espalda y la reconstruye vertebra por vertebra; yo tengo una que me ata, vuelve mi amor filoso e innentendible como esas mujeres suicidas que a menudo conoce.
Por orden médica debo vacunarme 2 veces por semana, por salud mental escribo todos los días y para curar heridas sueño con hacer algo por los niños, en mi blog hay una convocatoria por si tiene tiempo de leer y participar.
Para que el menu no sea darnos la espalda ensimismados con palabras encajueladas en aparente felicidad y pantomima de postre, soñemos juntos.
Besos
Hola Angélica,
Estamos en manos de los médico, ni qué remedio. Leeré tu blog y me sumaré a tu convocatoria. También yo, cuando veo un niño con la columna chueca trato, por lo menos, de aconsejarlo, de conversar con él.
Saludos,
Rodolfo
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