"Si vas a Culiacán no voltees. No veas a la gente de otros carros. No grites ni reclames. No pites. No cambies de luces. No manejes en chinga ni andes rebasando. Y si voltean a reclamarte y te cambian las luces y te gritan y te pitan y te pasan en chinga por un lado, rebasándote, no los peles."
Así comienza la crónica Carrilla mortal de Javier Valdez Cárdenas. Aunque también así pudieron haberme aconsejado cuando llegué a vivir a Guadalajara. Eran los años ochenta, gobernaba Flavio Romero de Velasco, un hombre que, entre otras muchas cosas, decía la gente que los tenía bien puestos. Por las fechas de su sexenio Guadalajara pasó de ser una ciudad de provincia a la capital del narco. Los importábamos a montones. Sería porque era más grande y cosmopolita que Culiacán o porque tenía universidades de prestigio. O sería por el Osiris, disco club que adornaba con su pirámide la avenida Lázaro Cárdenas. O sería porque aquí tenían mayor protección y pasaban desapercibidos.
En la secundaria era común oír que al tío de aquel amigo o al novio de aquella vecina, por un cambio de luces, le habían sacado la fusca y reventado la cabeza de un plomazo. Eran los tiempos del PRI aún todo poderoso. Nadie declaraba nada. La nota roja de El Informador sólo cubría de la Calzada para allá. Ni siquiera las broncas de los Panchitos o de la FEG salían en sus páginas. Nadie sabía nada.
En la preparatoria iba con mis hermanos al Ciro’s. Llegábamos en el coche de mi madre, que era el mejor de la casa y entre los apretujones de la entrada, los veía llegar discretamente en grandes camionetas, coches casi siempre negros y rasurados, achaparrados. Los autos con blindaje y de vidrios oscuros vinieron años después. El cadenero apartaba a la gente para que pasaran a ocupar su mesa de pista. Empezaban con botellas de Blanco Madero.
En 1985 entré a la Universidad y en La Playita me lo presentaron. Yo como que te conozco, compa, me dijo Javier Arellano afuera de humanidades, yo iba con el Pollo, el Marrano Negro, el Zapa, Pepe Fernández. Sí, le contesté, nos hemos encontrado en el Dady’0. Con él estaba Marcos Toledo, lo presentó como su primo, el Tanque y otros que ya no recuerdo. Vestía camisa Versace, desabrochada hasta el ombligo y un enorme tigre de oro a punto de saltar, colgaba sobre su pecho lampiño. Las siguientes vacaciones coincidimos en Mazatlán. Teníamos la mejor mesa en el Señor Frog’s y agitábamos botellas de champán el viernes en el Caracol y el sábado en el Valentinos. Eran tiempos de paz. No había guaruras inoportunos ni malas calificaciones. Escríbele un poema a Marcos para su novia, me pidió una tarde Javier y le di uno de los mejores que tenía por ese tiempo. A los pocos días llegó a la universidad con un portafolio y me pidió que se lo guardara. Lo tuve seis meses en mi casa, metido en el clóset. De vez en cuando iba y me decía, dame quinientos, ahora dame mil. Usa lo que quieras, no hay bronca. Nunca acabé de contarlos, me daba cierto pudor, pero eran más de 10 mil dólares.
Luego me fui a vivir al DF y jamás los volví a ver. Pocos años después supe que, en un lio de faldas, habían matado a Marcos Toledo. Tenía menos de 30 años. Y Javier Arellano, el tigrillo, acabó tan famoso como una estrella de cine.
Así de cercano he sentido Malayerba, el libro de Javier Valdez Cárdenas, con sus crónicas periodísticas tan llenas de humor, de poesía y de balas. Fue la poesía lo que nos reunió. En 2002 me escribió diciéndome que había leído mi libro Del rojo al púrpura. Era un mail cotorro, así como él escribe, “Pinche Naró”, recuerdo que comenzaba y de pinche, de bato, de carnal no me bajó.
Hasta leer Malayerba me doy cuenta lo cerca que está de nosotros el narco. El vecino, el primo de un amigo, el que cuida los coches, el que compra piratería. Aquellos venden, otros consumen, otros lavan dinero, venden películas. La mordida al de tránsito, el examen copiado, el robo en el supermercado –que es como quitarle un pelo a un gato–. Mientras otros cuidan, ellas bailan, ganan concursos de belleza, se financian campañas a la presidencia.
Las crónicas de Javier Valdez Cárdenas publicadas cada semana en Riodoce son una suerte de lotería, El reloj, La doncella, El perfume, El padrino, donde no se apuestan frijolitos y maíces, se juega la vida. ¿A qué edad se aprende a matar?, pregunto. A Francisco un personaje de sus crónicas, le dicen Francinco, no porque ya deba cinco vidas, sino porque apenas tiene cinco años de edad y ya sabe dónde venden cuernos de chivo y R15. “Si, cerca de la casa de mi mamá. Como a dos cuadras, en la esquina”.
Escrito con la misma llaneza con la que habla, con la cercanía que lo hace a uno cómplice y la ligereza del peso muerto, las crónicas de Malayerba retratan las ciudades en las que vivimos. Culiacán, Guadalajara, Tijuana, Ciudad Juárez, Monterrey, el Cancún de Villanueva, la Puebla de Marín y toda la familia de Michoacán. En cada esquina el monstruo nos sopla a la cara. Todos de alguna manera somos culpables. Ay no mames, no exageres, me dice un amigo mientras le da otra calada a su churro de mota. Todos, de alguna manera, podemos ser personajes de Javier. O el que esté libre de culpa, que arroje la primera bala.
Así comienza la crónica Carrilla mortal de Javier Valdez Cárdenas. Aunque también así pudieron haberme aconsejado cuando llegué a vivir a Guadalajara. Eran los años ochenta, gobernaba Flavio Romero de Velasco, un hombre que, entre otras muchas cosas, decía la gente que los tenía bien puestos. Por las fechas de su sexenio Guadalajara pasó de ser una ciudad de provincia a la capital del narco. Los importábamos a montones. Sería porque era más grande y cosmopolita que Culiacán o porque tenía universidades de prestigio. O sería por el Osiris, disco club que adornaba con su pirámide la avenida Lázaro Cárdenas. O sería porque aquí tenían mayor protección y pasaban desapercibidos.
En la secundaria era común oír que al tío de aquel amigo o al novio de aquella vecina, por un cambio de luces, le habían sacado la fusca y reventado la cabeza de un plomazo. Eran los tiempos del PRI aún todo poderoso. Nadie declaraba nada. La nota roja de El Informador sólo cubría de la Calzada para allá. Ni siquiera las broncas de los Panchitos o de la FEG salían en sus páginas. Nadie sabía nada.
En la preparatoria iba con mis hermanos al Ciro’s. Llegábamos en el coche de mi madre, que era el mejor de la casa y entre los apretujones de la entrada, los veía llegar discretamente en grandes camionetas, coches casi siempre negros y rasurados, achaparrados. Los autos con blindaje y de vidrios oscuros vinieron años después. El cadenero apartaba a la gente para que pasaran a ocupar su mesa de pista. Empezaban con botellas de Blanco Madero.
En 1985 entré a la Universidad y en La Playita me lo presentaron. Yo como que te conozco, compa, me dijo Javier Arellano afuera de humanidades, yo iba con el Pollo, el Marrano Negro, el Zapa, Pepe Fernández. Sí, le contesté, nos hemos encontrado en el Dady’0. Con él estaba Marcos Toledo, lo presentó como su primo, el Tanque y otros que ya no recuerdo. Vestía camisa Versace, desabrochada hasta el ombligo y un enorme tigre de oro a punto de saltar, colgaba sobre su pecho lampiño. Las siguientes vacaciones coincidimos en Mazatlán. Teníamos la mejor mesa en el Señor Frog’s y agitábamos botellas de champán el viernes en el Caracol y el sábado en el Valentinos. Eran tiempos de paz. No había guaruras inoportunos ni malas calificaciones. Escríbele un poema a Marcos para su novia, me pidió una tarde Javier y le di uno de los mejores que tenía por ese tiempo. A los pocos días llegó a la universidad con un portafolio y me pidió que se lo guardara. Lo tuve seis meses en mi casa, metido en el clóset. De vez en cuando iba y me decía, dame quinientos, ahora dame mil. Usa lo que quieras, no hay bronca. Nunca acabé de contarlos, me daba cierto pudor, pero eran más de 10 mil dólares.
Luego me fui a vivir al DF y jamás los volví a ver. Pocos años después supe que, en un lio de faldas, habían matado a Marcos Toledo. Tenía menos de 30 años. Y Javier Arellano, el tigrillo, acabó tan famoso como una estrella de cine.
Así de cercano he sentido Malayerba, el libro de Javier Valdez Cárdenas, con sus crónicas periodísticas tan llenas de humor, de poesía y de balas. Fue la poesía lo que nos reunió. En 2002 me escribió diciéndome que había leído mi libro Del rojo al púrpura. Era un mail cotorro, así como él escribe, “Pinche Naró”, recuerdo que comenzaba y de pinche, de bato, de carnal no me bajó.
Hasta leer Malayerba me doy cuenta lo cerca que está de nosotros el narco. El vecino, el primo de un amigo, el que cuida los coches, el que compra piratería. Aquellos venden, otros consumen, otros lavan dinero, venden películas. La mordida al de tránsito, el examen copiado, el robo en el supermercado –que es como quitarle un pelo a un gato–. Mientras otros cuidan, ellas bailan, ganan concursos de belleza, se financian campañas a la presidencia.
Las crónicas de Javier Valdez Cárdenas publicadas cada semana en Riodoce son una suerte de lotería, El reloj, La doncella, El perfume, El padrino, donde no se apuestan frijolitos y maíces, se juega la vida. ¿A qué edad se aprende a matar?, pregunto. A Francisco un personaje de sus crónicas, le dicen Francinco, no porque ya deba cinco vidas, sino porque apenas tiene cinco años de edad y ya sabe dónde venden cuernos de chivo y R15. “Si, cerca de la casa de mi mamá. Como a dos cuadras, en la esquina”.
Escrito con la misma llaneza con la que habla, con la cercanía que lo hace a uno cómplice y la ligereza del peso muerto, las crónicas de Malayerba retratan las ciudades en las que vivimos. Culiacán, Guadalajara, Tijuana, Ciudad Juárez, Monterrey, el Cancún de Villanueva, la Puebla de Marín y toda la familia de Michoacán. En cada esquina el monstruo nos sopla a la cara. Todos de alguna manera somos culpables. Ay no mames, no exageres, me dice un amigo mientras le da otra calada a su churro de mota. Todos, de alguna manera, podemos ser personajes de Javier. O el que esté libre de culpa, que arroje la primera bala.
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Rodolfo Naró, poeta y narrador mexicano, su libro reciente es El orden infinito, finalista del Premio Planeta de Novela 2006. wwww.rodolfonaro.com
Presentación de Malayerba durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 2009. Busca el resto de los videos en el canal de Youtube de Editorial Jus.
Presentación de Malayerba durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 2009. Busca el resto de los videos en el canal de Youtube de Editorial Jus.
4 comentarios:
Rodolfo, soy la Goga nuera de Pilar, amiga de la Rebe... lei tu reseña sobre el libro Malayerba, no conozco a Javier Valdez, no he leído nada de él, pero con lo que tu cuentas de su libro, también me remonte como muchos otros, creo, que vivimos nuestros años mosos, entre Culiacán y Guadalajara.... esos tiempos de narcos que no había guerras... y asi como Javier tuve una encuentro cercano en el Franky'O, disco ensenguida del Frogs en Mazatlán, con Franciso Arellano, cinto piteado, bota de piel de avestruz, camisa a cuadros... y su águila de oro en el pecho similar al del hermano, según lo que cuenta Javier... yo iba con 2 amigas, queríamos conocer la disco y estaba cerrada y él nos invito a pasar y nos dio una visita guiada, teníamos 16 años !!! Y bueno cada vez que voy a Culiacán esas historias ya no son como antes, son el pan de cada día, son amigos de muchos conocidos, conviven y estudian juntos, hoy es distinto, hay historias muy cercanas, muy violentas, interminables, introrducidas en lo mas intimo de las familias, pertenezcas o no al narco, el narco ya esta dentro, y eso hace que seamos parte de él, culpables o no, así es...
Te envío un fuerte abrazo y tenlo por seguro que conseguiré el libro de Javier, para recordar aquellos tiempos mosos, no es lo mismo los 20s que los 40s...
GHP
Hola Goga:
qué gusto leerte y saber que todavía me recuerdas. Espero que estén bien en tu casa, los recuerdo con mucho cariño. Ojalá nos veamos pronto.
Saludos,
Rodolfo Naró
Feliz Navidad, Rodolfo, desde Barcelona, Catalunya, España. Y felicidad la que me da leerte de vez en cuando. Esta reseña es fantástica.
Te mando un abrazo trasatlántico y mis mejores deseos de prosperidad para el año venidero.
Hola Pedro,
Gran gusto leerte, espero que estés bien y pasando una buenas vacaciones. ¿Cuándo visitas México? no todo es como en Malayerba.
Abrazos,
Naró
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