Casi un año trabajé con Javier Sicilia. Estuve a cargo de la parte comercial de la revista Conspiratio. Yo lo conocía sólo por su poesía y algunos de sus artículos en Proceso, pero en la convivencia con él descubrí a un hombre entregado, exigente, con convicciones e ideales profundos.
Un viernes me invitó a una lectura de poesía en Cuernavaca, hablamos del amor y sus confines. Empezamos la plática en la comida, sólo él y yo, aunque en todo momento sus hijos, sus hermanos, su madre estaban presentes en sus palabras. Luego nos fuimos al taller literario que imparte y de ahí a la lectura a un centro cultural.
Ahora, por el asesinato de su hijo Juan Francisco, está enfrascado en una gran lucha, en una gran marcha por la paz y la justica que empezó en Cuernavaca hace tres días y culminó hoy en el Zócalo capitalino. Habla de recomponer el tejido social, por fin alguien habla de recomponer el tejido social de México. ¿En dónde lo perdimos, en qué parte de nuestro pasado desgarramos nuestro presente y futuro? En los 70 años de Priismo, donde se maceró una clase política corrupta y sin escrúpulos, que amarró acuerdos con sindicatos, maestros, Iglesia y televisoras. O en la Revolución inútil que sólo sirvió para crear un poder peor al que había derrocado. O en los tiempos de Santa Anna y Juárez, quienes no le preguntaban a su mano izquierda lo que hacía la derecha y viceversa. No, seguramente no nos refundamos con la Independencia, después de 300 años de dominación española, quienes no educaron sino que saquearon. Antes de que ellos llegaran ya los aztecas, tlaxcaltecas o purépechas sabían de traiciones.
El tejido mexicano se compone de una gran clase media que aspira a tener coche del año antes que casa propia o buenas escuelas, y una inmensa mayoría de pobres que tiene siglos en silencio. Ambas clases no hablan, no opinan, no participan, no votan, no se quejan. Vivimos en una sociedad que no pone límites, que tira la piedra y esconde la mano, o si la levanta es para delegarle al otro sus propias responsabilidades. Ningún pasajero le exige al chofer de micro que no exceda la velocidad, que le baje el volumen o apague la música, que deje de platicar con el de al lado o hablar por celular, que deje de fumar o comer papas fritas. Los choferes hacen cinco o siete cosas a la vez además de conducir y cobrar el pasaje, pero nadie dice nada, se quedan en silencio poniendo en riesgo sus vidas.
Algo así pasó con el incendio de la Guardería ABC, donde murieron 49 niños, asfixiados o quemados en una bodega que no reunía las medidas necesarias para su funcionamiento y que contó con el aval de Protección Civil del Estado y del IMSS, a pesar de que un documento del Cuerpo de Bomberos de Hermosillo Sonora decía, “No dispone del equipo suficiente para su protección contra incendios”, sin mencionar la gasolinera que tenía a unos pasos. Pero no me sorprende la corrupción de las instituciones, sino, de nuevo, el silencio de la gente, de los padres que ahora claman justicia por una obviedad que durante años tuvieron ante sus ojos.
Hasta cuándo seguiremos guardando silencio y dejaremos pasar la impunidad de Mario Marín ex gobernador de Puebla, responsable de corrupción y violación de menores. Cuándo diremos que nuestro vecino vende droga o roba. En diciembre pasado en San Martín Texmelucan, Puebla, ocurrió una fuerte explosión causando daños materiales y humanos, debido a que miembros de la misma comunidad “ordeñaban” ductos de Pemex, y aunque los vecinos sabían quiénes robaban el combustible, nunca denunciaron, nunca dijeron nada, guardaron silencio.
Los mexicanos hablamos quedito porque es de buena educación, aunque seamos un pueblo mal educado. Somos excelentes para obedecer y agachar la cabeza, nos hacernos de la vista gorda y no reclamamos ni las cosas más nimias ni los grandes abusos. Por eso hoy es importante la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia que emprenden Javier Sicilia, líderes de diversos movimientos, padres de familia vejados y miles de personas, para que le demos voz a nuestro silencio y hable México.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006. www.rodolfonaro.com
Un viernes me invitó a una lectura de poesía en Cuernavaca, hablamos del amor y sus confines. Empezamos la plática en la comida, sólo él y yo, aunque en todo momento sus hijos, sus hermanos, su madre estaban presentes en sus palabras. Luego nos fuimos al taller literario que imparte y de ahí a la lectura a un centro cultural.
Ahora, por el asesinato de su hijo Juan Francisco, está enfrascado en una gran lucha, en una gran marcha por la paz y la justica que empezó en Cuernavaca hace tres días y culminó hoy en el Zócalo capitalino. Habla de recomponer el tejido social, por fin alguien habla de recomponer el tejido social de México. ¿En dónde lo perdimos, en qué parte de nuestro pasado desgarramos nuestro presente y futuro? En los 70 años de Priismo, donde se maceró una clase política corrupta y sin escrúpulos, que amarró acuerdos con sindicatos, maestros, Iglesia y televisoras. O en la Revolución inútil que sólo sirvió para crear un poder peor al que había derrocado. O en los tiempos de Santa Anna y Juárez, quienes no le preguntaban a su mano izquierda lo que hacía la derecha y viceversa. No, seguramente no nos refundamos con la Independencia, después de 300 años de dominación española, quienes no educaron sino que saquearon. Antes de que ellos llegaran ya los aztecas, tlaxcaltecas o purépechas sabían de traiciones.
El tejido mexicano se compone de una gran clase media que aspira a tener coche del año antes que casa propia o buenas escuelas, y una inmensa mayoría de pobres que tiene siglos en silencio. Ambas clases no hablan, no opinan, no participan, no votan, no se quejan. Vivimos en una sociedad que no pone límites, que tira la piedra y esconde la mano, o si la levanta es para delegarle al otro sus propias responsabilidades. Ningún pasajero le exige al chofer de micro que no exceda la velocidad, que le baje el volumen o apague la música, que deje de platicar con el de al lado o hablar por celular, que deje de fumar o comer papas fritas. Los choferes hacen cinco o siete cosas a la vez además de conducir y cobrar el pasaje, pero nadie dice nada, se quedan en silencio poniendo en riesgo sus vidas.
Algo así pasó con el incendio de la Guardería ABC, donde murieron 49 niños, asfixiados o quemados en una bodega que no reunía las medidas necesarias para su funcionamiento y que contó con el aval de Protección Civil del Estado y del IMSS, a pesar de que un documento del Cuerpo de Bomberos de Hermosillo Sonora decía, “No dispone del equipo suficiente para su protección contra incendios”, sin mencionar la gasolinera que tenía a unos pasos. Pero no me sorprende la corrupción de las instituciones, sino, de nuevo, el silencio de la gente, de los padres que ahora claman justicia por una obviedad que durante años tuvieron ante sus ojos.
Hasta cuándo seguiremos guardando silencio y dejaremos pasar la impunidad de Mario Marín ex gobernador de Puebla, responsable de corrupción y violación de menores. Cuándo diremos que nuestro vecino vende droga o roba. En diciembre pasado en San Martín Texmelucan, Puebla, ocurrió una fuerte explosión causando daños materiales y humanos, debido a que miembros de la misma comunidad “ordeñaban” ductos de Pemex, y aunque los vecinos sabían quiénes robaban el combustible, nunca denunciaron, nunca dijeron nada, guardaron silencio.
Los mexicanos hablamos quedito porque es de buena educación, aunque seamos un pueblo mal educado. Somos excelentes para obedecer y agachar la cabeza, nos hacernos de la vista gorda y no reclamamos ni las cosas más nimias ni los grandes abusos. Por eso hoy es importante la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia que emprenden Javier Sicilia, líderes de diversos movimientos, padres de familia vejados y miles de personas, para que le demos voz a nuestro silencio y hable México.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006. www.rodolfonaro.com
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