miércoles, 2 de noviembre de 2011
Diario medular | Nápoles | Día 26
En el verano del 2008 Nadir y yo nos fuimos a Nápoles. Cuando le dije a Antonio Kerrigan, mi agente en ese entonces, que necesitaba conocer esa ciudad, que Cállate niña me lo pedía, me contestó que esa investigación daría para otra novela, que después de ese viaje lo mejor sería que la fuera soltando. De Roma a Nápoles nos fuimos en un autobús de quinta, había huelga de trenes y no tuvimos otra opción.
Nápoles es una ciudad del estilo de La Habana: destartalada, calurosa, sucia a simple vista. A la mafia local se le conoce como Camorra, pero hay muchas otras que hablan distintos idiomas: rumanos, gitanos, rusos. Yo iba detrás de mi personaje, de ese fotógrafo que se juega la vida con su cámara. Lo sentía en la piel, en los pasos que daba por calles estrechas y largas. Ahí parece que todo mundo tiene algo que ocultar, se siente que los tentáculos de la mafia llegan a todos los rincones y plazas. La mujer que atiende en la trattoria, el chef panzón con mandil embarrado de ragú, como si fuera delantal de carnicero. Hablan un idioma cerrado y oscuro, muy distinto al italiano de Milán. Pronto se supo que un mexicano estaba haciendo muchas preguntas, que parecía periodista pero que no tomaba notas ni portaba grabadora, mientras otra mujer lidiaba con unos rumanos en la Plaza Garibaldi, era Nadir que con su pinta de turista italovenezolana me ayudaba a entenderlos mejor. Después de haber estado en La Habana y en La Selva Lacandona, solo en Nápoles sentí de verdad el peligro y salimos huyendo de ahí al creer que alguien nos seguía los pasos de cerca.
Sigue estos sencillos tres pasos
1. Compra
2. Lee
3. Comenta Cállate niña.
A partir del 11 de noviembre las lectoras tiene la palabra.
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