jueves, 26 de enero de 2012

Diario medular | Garantía de calidad


Miré al doctor a los ojos. Eran bonitos, casi verdes. Le miré las manos, tenía las uñas recortadas. Volví a verle la mirada y me dijo, pase al baño voy a tomar una muestra de orina. Por favor cuando salga no se abroche el pantalón y se recuesta aquí. Pasó su mano sobre un camastro que se notaba podía adquirir varias posiciones. Cuando salí, con mis orines en la mano, su asistente ya estaba lista con el lubricante.

No duele, escuché al doctor mientras se metía los guantes que chiclearon en sus muñecas. Puede ser un poco incómodo pero será tan rápido que ni cuenta se dará. Recuéstese de lado, me indicó. Por la ventana el sol entraba a raudales, trayendo una vista limpia y cercana del Ajusco. Cuando estaba en la contemplación del firmamento azul plumbago –en realidad no sé qué tono sea ese– una parvada de aves en formación penetró la única nube que hacía sombra sobre el cerro y sentí que algo volvía a su lugar. De nuevo escuché la voz aterciopelada del doctor decirme que habíamos terminado y su asistente me pasó un trozo de papel del baño.

El doctor y yo volvimos a su escritorio. Lo miré garabatear algo en mi expediente, seguramente anotaba mis respuestas de un rato atrás, sobre mi vida sexual y la turgencia de mis erecciones. Volvió a mirarme a los ojos, que descubrí verde intenso. Rodolfo, me dijo, no hay infección en las vías urinarias y tu próstata está como de veinte. Nos vemos en seis meses. Solo al salir me di cuenta que me había tuteado. Suspiré. Después de todo, ya éramos más que amigos.

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