Ahora vengo invitado por Jorge Bribiesta, director del Museo Biblioteca Pape y por Antonio Sonora, con quién alguna vez recorrí por carretera todo Coahuila, llevando libros de poesía y novela en la cajuela del carro. Fue en ese segundo viaje para presentar El orden infinito cuando fuimos a dar una vuelta por Monclova y al pasar por el conglomerado que es Altos Hornos de México, empresa acerera que es orgullo de la ciudad, vi cómo por un gran chacuaco se expulsaban grandes bocanadas de humo que lentamente alcanzaban el cielo, haciendo formas tan diversas como la imaginación de un niño bajo el agua. Las nubes siempre están más cerca que los pájaros. Los atardeceres son de tanta belleza: la luz amarilla y violeta de la puesta se queda atrapada en ellas. En Monclova, las nubes son de colores. Es aquí donde se fabricaban, deduje, y así lo escribí en mi siguiente novela, que ahora me trae de regreso, Cállate niña: “En Malinalco, Antonio me llenó de flores. Me contó que en Monclova fabricaban las nubes. Me fotografió entre el viento de colores fríos de Cuetzalan”. | página 113.
jueves, 15 de marzo de 2012
Diario medular | Monclova
Ahora vengo invitado por Jorge Bribiesta, director del Museo Biblioteca Pape y por Antonio Sonora, con quién alguna vez recorrí por carretera todo Coahuila, llevando libros de poesía y novela en la cajuela del carro. Fue en ese segundo viaje para presentar El orden infinito cuando fuimos a dar una vuelta por Monclova y al pasar por el conglomerado que es Altos Hornos de México, empresa acerera que es orgullo de la ciudad, vi cómo por un gran chacuaco se expulsaban grandes bocanadas de humo que lentamente alcanzaban el cielo, haciendo formas tan diversas como la imaginación de un niño bajo el agua. Las nubes siempre están más cerca que los pájaros. Los atardeceres son de tanta belleza: la luz amarilla y violeta de la puesta se queda atrapada en ellas. En Monclova, las nubes son de colores. Es aquí donde se fabricaban, deduje, y así lo escribí en mi siguiente novela, que ahora me trae de regreso, Cállate niña: “En Malinalco, Antonio me llenó de flores. Me contó que en Monclova fabricaban las nubes. Me fotografió entre el viento de colores fríos de Cuetzalan”. | página 113.
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