jueves, 23 de octubre de 2014

Del rojo al púrpura, una lectura



Estimado Rodolfo, en agradecimiento por tu libro te comparto las siguientes palabras, las escribo a manera de diálogo informal, con la alegría y el entusiasmo del lector afortunado que se da el lujo de conversar con el autor del libro que tiene entre sus manos.

Encontré en Del rojo al púrpura un poemario de violenta pasión amorosa, que comienza con un intenso lamento en “Amor convenido”, primera de las tres columnas vertebrales del libro. La pérdida y la ausencia de la amada se respiran a través de una poesía sensorial, franca, llena de imágenes, sabores y olores. Hay un amante que deberá enfrentarse a dos nuevos demonios: Uno es el fantasma del amor, la memoria del espíritu y del cuerpo, que en las noches, cuando “la cama es un sepulcro”, le recuerda su solitaria condición. El segundo es esa sensación insoportable de estar incompleto, de ser abandonado, mutilado. De extrañar la experiencia amatoria como ese acto de continuidad, de vida a través del otro.

En este clamor de largo aliento aparecen diversos escenarios, el más conmovedor para mí fue el de la casa. Esa guarida cotidiana que de pronto ya no puede ser un refugio porque en los muebles, el piso, las paredes y las sábanas verdes está la huella de la amante ausente, como si al mirar con atención a la recámara, surgiera de golpe la imagen de quien se fue. Llegan a mi mente los versos de Virgilio, “aquí hay lágrimas de las cosas/ y lo mortal se hace presente”.

La serie de poemas de “Amor convenido” es un grito desgarrador, un llanto que busca en la poesía su última expiación. Explota el desasosiego en versos febriles, púrpuras, iracundos, que no dejan de ser amorosos, transparentes y puros.

Más tarde entramos a otro momento, el del “Árbol de la Vida”, donde nuevamente surge el tema de la búsqueda y hay también algo de desilusión. Habla “el que siente como si fuera en carne viva todas las emboscadas”,  el poeta sobreviviente que hace su declaración de principios y de finales. El árbol de la vida se muestra como un símbolo de muchas cosas, pienso en la génesis del amor, en su sombra, en el árbol como combustible del fuego, en la advertencia de la muerte, el eterno retorno, en el fruto, en las raíces que echamos. Son poemas fuertes, sólidos y redondos que nos conducen hacia el árbol de la muerte.

La trilogía poética concluye con lo que, según leí en “Íntimo”, Elías Nandino bautizó como “Alburemas”, un conjunto de versos que no le tienen miedo a las palabras y se atreven a decir, con voz alta y musical, aquello que se callan las conciencias sensatas, pero que está ahí, en nuestra cabeza, en los latidos de nuestro corazón excitado o en las miradas lujuriosas. Un cierre lúdico e inteligente que deja en el lector una sonrisa de complicidad.

Creo que finalmente esa es una de las grandes fortalezas del libro, esa claridad sincera para hablar del amor en su faceta trágica y en sus momentos simpáticos, donde es casi imposible no sentirse identificados. Como dijo el poeta Hugo Jaramillo, los grandes escritores son los que escriben de la vida como si fuera la de uno, y esto sucede, o me sucedió, con Del rojo al púrpura, poemario escrito desde la víscera, desde la pasión más incontrolable. Y que precisamente se lee así, con la víscera y con la pasión más incontrolable, como a veces se lee la poesía.

Quiero darte otra vez las gracias por el libro y por esta oportunidad de compartirte algo, nimio, pero al fin algo, de lo que he leído. No soy poeta ni escritora, apenas soy una lectora en el eterno proceso de formación, y las palabras me quedan grandes, por ello te pido una disculpa. Celebro el regreso de tu libro (veo que es una reedición) y la fortuna de tenerlo aquí. Va un abrazo grande, Rodolfo, de esta lectora tuya que desde el norte te escribe estos párrafos torpes.

Hasta pronto.

Eugenia Flores Soria
Saltillo, Coahuila a 15 de junio, 2014

           

1 comentario:

Invitación al vuelo dijo...

Dar este espacio a tus lectores, Rodolfo, es un detalle muy importante y muy encantador. Espero más de tu poesía, me falta leer Cállate niña, prometo que lo haré pronto. Qué más puedo decirte, insisto en que siempre me quedo corta de palabras.

Te mando un abrazo y mi amistad.
Eugenia.

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