Antes era una lata ir al supermercado. Había que hacer filas para todo, para pesar la fruta, la verdura y el jamón. El pan nunca era del día. No tenían farmacia ni juguetes. En las cajas no había bandas automáticas ni los productos contaban con código de barras. El cajero se enfrentaba a una montaña de artículos con descuento y tenía que marcar el precio de cada uno. Pero lo peor, era llegar y encontrarte con que no había carritos disponibles, cuando por fin conseguías, después de disputártelo con una señora de 90 años que lo usaría más como andadera, resultaba que tenía una rueda chueca, cada dos metros te frenaba o si virabas a la izquierda, el carrito se torcía para la derecha.
Mi trauma de hacer la compra me duró desde la infancia hasta hace pocos años. Cuando llegué a vivir a la Ciudad de México la suerte me sonrió al quedar mi departamento justo enfrente de una Comercial Mexicana, la cual ha ido creciendo y modernizándose conmigo. Durante muchos años la señora que llevaba los asuntos de mi casa era la encargada de comprar los víveres, con más de diez trabajando conmigo conoció muy bien mis marcas favoritas, mis gustos y las medidas de mi apetito. Fue hasta hace un par de años que le encontré sabor a ir al súper, las semanas que Iride vino a visitarme. Cruzar la calle para ir a la Comercial Mexicana era como llevarla de tiendas, arreglada moderadamente, recorría los pasillos del supermercado con una elegancia casual de modelo Diesel. Con ella redescubrí nuevas marcas, empaques, vinos, frutas exóticas y latas de importación. Al preguntarle qué placer encontraba en ello, no supo si era su gusto por los embutidos o el privilegio de escoger los alimentos, me dijo mientras devoraba con sus dientes de ratona, una fresa envuelta en jamón serrano.
Yo le expliqué, que en México, el domingo es el día de mayor afluencia y venta en los supermercados y plazas comerciales. El centro de la ciudad está abarrotado de familias. Una costumbre que nos viene de la época colonial, le dije, no es una influencia capitalista gringa como muchos extranjeros creen. Ese día los indígenas de comunidades cercanas llevaban sus productos, granos y cosechas para mercarlos con la gente de la ciudad, apilaban las frutas por colores y tamaños, aprovechaban para ir a misa y dejar su diezmo. Tradición que ha sobrevivido hasta la fecha, haciendo que la tarde del domingo sea de paseo y compra, no como en Europa donde las tiendas y los grandes almacenes, por ley están cerrados. Los meses que pasé en Toulouse más de una vez me quedé sin qué comer el fin de semana. Como allá los espacios en las casas son tan pequeños y no se puede almacenar, la gente hace la compra a diario y yo tardé en acostumbrarme. Cuando andaba de turista, un paseo en domingo por cualquier ciudad es tan aburrido y triste, no hay quién barra las calles ni mendigos que pidan ni perros que aúllen, todo es silencio y soledad. Calles fantasmas de tardes monótonas como el pulso de un moribundo.
De vuelta en México, la renovación ha llegado casi a las puertas de mi casa, un pequeño y lujoso supermercado gourmet con productos importados, panadería especializada, pescados de diferentes océanos, nuevos cortes de carne, una cava de vinos con somelier incluido que aconseja sobre maridajes. Dividido por colores, piso de madera y música de ambiente más propia de una exclusiva boutique. Entre la panadería y los quesos de importación y a sólo a unos pasos de la chocolatería está la barra de pinchos y tapas, donde puedo comer, mientras hago el súper, un sushi, tomar una copa de vino de cualquier parte del mundo, un corte de jabugo con queso de cabra. De ahí me paso al área de cafetería y helados, estaciono mi carrito a la vista y disfruto de un express, hecho con granos de Italia o Brasil. El City Market se ha convertido en mi lugar favorito de ocio y reunión. Ideal para cerrar negocios o firmar contratos, para jurar amor, antes de pasar a la caja y hacer como que olvido el carrito repleto de excentricidades que en estos tiempos ya es imposible pagar.
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Rodolfo Naró, poeta y narrador mexicano, su libro reciente es El orden infinito, finalista del Premio Planeta de Novela 2006. wwww.rodolfonaro.com
Fotografía en contexto original (Fotógrafo Juan Luis Cabrero Fernández)
Fotografía en contexto original (Fotógrafo Juan Luis Cabrero Fernández)
4 comentarios:
.....padre! me llevaste sentada arriba del carrito!!!
Rigel
Hola, nos conocimos por este medio hace varios años, me enviaste tus libros de poemas porque por acá no loes encontré (BCS). Escribes genial, con una sencillez sorprendente pero mágica. Cuídate, saludos.
Hola Rigel:
mi pintora favorita, ya estoy juntado para smi siguiente cuadro, sólo que antes tengo que vender muchos libros más.
Besos
Naró
Hola Patricia:
Hace mucho tiempo que no sabía nada de ti. Gracias por tus palabras y espero pronto ir por la Baja Sur a ver ballenas o el mar sin fin del Golfo de Cortés.
Besos,
Naró
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