Pasé la infancia con la música de Sandro pegada al cuerpo. Me sabía sus canciones de memoria y a veces imitaba su modo de bailar. Era el cantante favorito de mi madre, había otros, Raphael, José José, Marco Antonio Muñiz, pero Sandro la hacía recordar.
En 2005 que viví en Buenos Aires, pronto encontré una casa de discos donde pudiera comprar su música, Zivals, en la esquina de Corrientes y Callao. Caminaba las calles de San Thelmo, barrio de tango y anticuarios buscando afiches de sus películas. Conseguí los de Gitano, El deseo de vivir, Operación Rosa Rosa.
Sandro siempre me pareció un James Bond que bailaba como Elvis y conquistaba mujeres al estilo Mauricio Garcés. Quizá fue porque en España apenas lo conocieron o por ser el primer latino en cantar en el Madison Square Garden o por abarrotar los escenarios de todo el continente que se ganó el apelativo, de América, Sandro de América.
En sus conciertos, sus “nenas”, como él llamaba a las fans, enloquecidas, le aventaban al escenario los calzones que llevaban puestos. Él se hizo un coleccionista de bombachas. Los guardaré en mi corazón, les respondía emocionado oliéndolos con furia, apretándolos contra su pecho.
Los médicos a finales de los noventa le diagnosticaron enfisema pulmonar. Enfermedad que lo postró en la cama. Él mismo aseguró que por fumar desde la adolescencia ahora estaba directamente discapacitado, por no poderse mover. Así que el pasado noviembre intentó un trasplante de corazón y de pulmones porque los suyos estaban saturados de tanta pasión y humores. ¿Podrías seguir siendo el mismo Sandro que compuso Porque yo te amo, Así o Quiero llenarme de ti, con el corazón y los suspiros de otro?
El lunes 4 de enero murió, dejando millones de copias vendidas de sus 52 discos, 12 películas y miles de nenas acompañando su cortejo fúnebre, arrojándole claveles rojos a su paso. Murió en los brazos de Olga, su esposa desde el 2007, quien no logró sacarlo del autoexilio de su casa de Banfield, al sur de Buenos Aires. Siempre había mujeres acampando por meses en la puerta, para encontrárselo al salir o verlo al asomarse a la ventana. En sus últimos momentos de lucidez, Olga cumplió su voluntad y, a escondidas de los médicos del Hospital Italiano, lo arropó con todos aquellos calzones que aspiró tantas veces para llenarse de vida.
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En 2005 que viví en Buenos Aires, pronto encontré una casa de discos donde pudiera comprar su música, Zivals, en la esquina de Corrientes y Callao. Caminaba las calles de San Thelmo, barrio de tango y anticuarios buscando afiches de sus películas. Conseguí los de Gitano, El deseo de vivir, Operación Rosa Rosa.
Sandro siempre me pareció un James Bond que bailaba como Elvis y conquistaba mujeres al estilo Mauricio Garcés. Quizá fue porque en España apenas lo conocieron o por ser el primer latino en cantar en el Madison Square Garden o por abarrotar los escenarios de todo el continente que se ganó el apelativo, de América, Sandro de América.
En sus conciertos, sus “nenas”, como él llamaba a las fans, enloquecidas, le aventaban al escenario los calzones que llevaban puestos. Él se hizo un coleccionista de bombachas. Los guardaré en mi corazón, les respondía emocionado oliéndolos con furia, apretándolos contra su pecho.
Los médicos a finales de los noventa le diagnosticaron enfisema pulmonar. Enfermedad que lo postró en la cama. Él mismo aseguró que por fumar desde la adolescencia ahora estaba directamente discapacitado, por no poderse mover. Así que el pasado noviembre intentó un trasplante de corazón y de pulmones porque los suyos estaban saturados de tanta pasión y humores. ¿Podrías seguir siendo el mismo Sandro que compuso Porque yo te amo, Así o Quiero llenarme de ti, con el corazón y los suspiros de otro?
El lunes 4 de enero murió, dejando millones de copias vendidas de sus 52 discos, 12 películas y miles de nenas acompañando su cortejo fúnebre, arrojándole claveles rojos a su paso. Murió en los brazos de Olga, su esposa desde el 2007, quien no logró sacarlo del autoexilio de su casa de Banfield, al sur de Buenos Aires. Siempre había mujeres acampando por meses en la puerta, para encontrárselo al salir o verlo al asomarse a la ventana. En sus últimos momentos de lucidez, Olga cumplió su voluntad y, a escondidas de los médicos del Hospital Italiano, lo arropó con todos aquellos calzones que aspiró tantas veces para llenarse de vida.
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Rodolfo Naró, poeta y narrador mexicano, su libro reciente es El orden infinito, finalista del Premio Planeta de Novela 2006. wwww.rodolfonaro.com
8 comentarios:
Estimado Rodolfo:
Conciente de que tu blog gravita entre la realidad y la ficción, me asombra tu gusto o, por lo menos, tu exhaustivo conocimiento de Sandro. Para mí, ese nombre es un poco prehistórico (aunque me suena, como viejo recuerdo de la infancia) y dudo que a las nuevas generaciones les diga algo.
Con él me pasa lo mismo que con José José: escuchar sus canciones, ver sus imágenes de joven y compararlos con lo que hoy son o fueron, me deprime. Muestran que el paso del tiempo es tiránico, cruel e inevitable. También me asusta, porque hace no mucho tiempo, esos jóvenes talentos marcaron nuestra infancia, y ahora están enfermos, decrépitos o muertos. Qué miedo!!!
Saludos, César.
Hola César:
Aunque somos de la misma generación, a veces mis gustos de barrio o de pueblo, propiamente dicho, nos hacen de una anterior. Cuando pequeño me llamaba la atención el ritmo de las canciones de Sandro, pero ahora al escuchar sus canciones, rescato de ella las letras, que son realmente poéticas.
abrazos,
Naró
Hola Naró!
Pues aqui cambiando un poco de tema, he estado leyendo "El Orden Infinito". En el capitulo donde se menciona que la Nina Ramos esta siendo fotografiada por un hombre llamado Guillermo, bien prodría pensar que se trata de Guillermo Kahlo... ¿Que tan equivocada estoy en la idea?
Saludos...
Alin
Hola Alin,
efectivamente se trata de Guillermo Kahlo. En el primer borrador de la novela había un capítulo dedicado al padre de Frida, pero en las reescrituras que tuvo, decidí eliminarlo y sólo dejar esa pequeña anécdota para que lectores perspicaces como tú, la descubrieran.
Saludos,
Naró
De nuevo por aquí para comentar algo más del libro...
Martina es la del corrido??
Alin
Hola Alín,
tu pregunta sobre el corrido de la Martina es muy atinada, eres la primera persona que me la hace, al parecer nadie se había dado cuenta que tomé el corrido para narrarlo en mi novela y eso me había tenido intrigado, que nadie lo relacionara con el personaje de El orden infinto. Me encanta que descubras esos detalles, eres muy buena lectora.
Saludos,
Naró
Hola Rodolfo:Leo el art. sobre nuestro legendario y querido Sandro y confirmo una vez mas tu enorme sensibilidad.Que importa el deterioro de Roberto Sanchez, si tuvo la suerte de que Olga lo arropara con los calzones de sus fans,burlando la guardia del Hospital italiano.Que buena imagen.Un abrazo. (Susana una mujer argentina)
Hola Susana,
desde México te mando un saludo enorme, con toda la nostalgia de volver a Buenos Aires.
Rodolfo
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