La primera agenda que tuve fue en mayo de 1983. Me la regaló mi padre para que me entretuviera en mi convalecencia cuando me operaron de la columna. Era una de las tantas agendas que los laboratorios médicos les llevan a los doctores, cada fin de año, con un bonche de medicinas.
Lo primero que escribí en ella fue mi cumpleaños, 22 de abril, como si pudiera olvidar esa fecha. Después busqué el 27 de julio, que ese año fue miércoles, día ideal para reescribir la semana, y anoté: “Hoy me operan”. A partir de ese año no he dejado de llevar agenda. De escribir en ellas no sólo el día a día, sino también fechas importantes, como la noche de mi primer beso, mi primera entrada al MOMA de Nueva York, el día que compré mi primer coche, un VW 1966, o la firma de mi contrato con Planeta para la publicación de Del rojo al púrpura, miércoles 26 de abril del 2000.
Años después pasé, efímeramente, por las agendas electrónicas. Tuve varías Casio con teclado qwerty y una Palm donde podía escribir con un lápiz-guía. Pero dejé de usarlas al darme cuenta cómo poco a poco iba dejando la complicidad de la escritura, del color, de las notas a pie de página, de los globos y recuadros para ponderar lo imposible.
En el año 2005 volví a las agendas de escritorio. La típica secretarial Printaform de páginas amarillas donde sólo anotaba lo necesario: citas y cumpleaños. Lo que más me gustaba de ellas era descubrir, al darle vuelta a las páginas, los nombres del onomástico, tan cómicos como San Deogracias, 10 de marzo o San Antioco, 10 de julio o Santa Salustia, 10 de septiembre.
Apenas hace dos años compré de nuevo la clásica Moleskine de pastas negras que también me sirve como cuaderno de notas, como ruta de viaje, donde apunto reuniones de trabajo, títulos de libros, teléfonos de personas que después no recuerdo quiénes son o el inicio de un poema: “Sobre una pared blanca se fusilan los amantes”, jueves 15 de mayo del 2003. Mi primera cita de terapia con Geraldine Novelo, psicóloga del alma, lunes 9 de agosto del 2004. Inicios de columnas o palabras que por su sonoridad me seducen.
Ahora que he vuelto a releer esas manoseadas agendas, los recuerdos no sólo me asaltan sino que me asustan. Elías Canetti decía que la invención de la agenda nos da certeza de vida. Ahora me pregunto, cuántas vidas pasadas me secundan. Cuántos yo he dejado en el papel justo al empezaba el día. Cuántos reencuentros postergados, cuántos planes inconclusos. Cuántos aciertos y cuántos rencores. En 2011 volveré a emocionarme con nuevas palabras, volveré a hacer citas, viajes, planes que espero no perder tan fácilmente como darle vuelta a la página.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006. www.rodolfonaro.com
Lo primero que escribí en ella fue mi cumpleaños, 22 de abril, como si pudiera olvidar esa fecha. Después busqué el 27 de julio, que ese año fue miércoles, día ideal para reescribir la semana, y anoté: “Hoy me operan”. A partir de ese año no he dejado de llevar agenda. De escribir en ellas no sólo el día a día, sino también fechas importantes, como la noche de mi primer beso, mi primera entrada al MOMA de Nueva York, el día que compré mi primer coche, un VW 1966, o la firma de mi contrato con Planeta para la publicación de Del rojo al púrpura, miércoles 26 de abril del 2000.
Años después pasé, efímeramente, por las agendas electrónicas. Tuve varías Casio con teclado qwerty y una Palm donde podía escribir con un lápiz-guía. Pero dejé de usarlas al darme cuenta cómo poco a poco iba dejando la complicidad de la escritura, del color, de las notas a pie de página, de los globos y recuadros para ponderar lo imposible.
En el año 2005 volví a las agendas de escritorio. La típica secretarial Printaform de páginas amarillas donde sólo anotaba lo necesario: citas y cumpleaños. Lo que más me gustaba de ellas era descubrir, al darle vuelta a las páginas, los nombres del onomástico, tan cómicos como San Deogracias, 10 de marzo o San Antioco, 10 de julio o Santa Salustia, 10 de septiembre.
Apenas hace dos años compré de nuevo la clásica Moleskine de pastas negras que también me sirve como cuaderno de notas, como ruta de viaje, donde apunto reuniones de trabajo, títulos de libros, teléfonos de personas que después no recuerdo quiénes son o el inicio de un poema: “Sobre una pared blanca se fusilan los amantes”, jueves 15 de mayo del 2003. Mi primera cita de terapia con Geraldine Novelo, psicóloga del alma, lunes 9 de agosto del 2004. Inicios de columnas o palabras que por su sonoridad me seducen.
Ahora que he vuelto a releer esas manoseadas agendas, los recuerdos no sólo me asaltan sino que me asustan. Elías Canetti decía que la invención de la agenda nos da certeza de vida. Ahora me pregunto, cuántas vidas pasadas me secundan. Cuántos yo he dejado en el papel justo al empezaba el día. Cuántos reencuentros postergados, cuántos planes inconclusos. Cuántos aciertos y cuántos rencores. En 2011 volveré a emocionarme con nuevas palabras, volveré a hacer citas, viajes, planes que espero no perder tan fácilmente como darle vuelta a la página.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006. www.rodolfonaro.com
7 comentarios:
Hola Rodolfo!
Que bien que escribiste para despedir el año con una columna que personalmente comparto muchísimo contigo. Para mi una agenda es imprescindible, la busco desde noviembre que empiezan a venderse, me gusta que sea de diseño especial, en ocasiones he comprado más de una porque me han encantado para finalmente, decidirme y en la primera hoja anotar los años que cumplo justo ese 1 de enero.
Saludos, un abrazo y lo mejor para el próximo año.
Ana
Feliz Navidad, Rodolfo, cuanto tiempo!
Aquí te adjunto algo que colgué en mi blog hace un tiempo y que perfectamente sirve como comentario a tu post.
Un fuerte abrazo, Sila
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Prefiero un calendario vacío, no soporto la idea de tener el año organizado, de saber que voy a hacer dentro de 3 meses, hasta me agobia saber que voy a hacer pasado mañana…Me gusta tener el calendario vacío de entradas para así mantenerle lleno de minutos, horas, días ,los cuales puedo ir dosificando a mi antojo…. Me refiero a lo más maravilloso del mundo, tener tiempo libre. Creo que, llenar el calendario y sentirse a gusto por ello, es resultado del miedo a estar solo, miedo al aburrimiento
Hola Ana,
feliz 2011, que también empiece planteando nuevos retos. Te mando abrazos y besos.
Naró
Hola Sila,
garcias por leerme. Yo al contrario de lo que me escribes, necesito la agenda para tener la certeza de lo que viene. Necesito la rutina, sino siento que caigo ene l vacio. La otra cara de la moneda.
Felicidades y abrazos.
Rodolfo Naró
PS. Por favor déjame la dirección de tu blog, para leerte.
Hola, otra vez...
Aquí te dejo la dirección del blog:
http://sheila-ayersrock.blogspot.com
Aun sigo siendo fiel a Marisol y sus proscritos y, a tí... los orígenes son muy importantes.
un abrazote!! Sila
Yo uso una agenda que mi hermana me regaló como diario. Es del año 2008 y apenas voy en abril.
He tenido 3 diarios en libretas ordinarias de cuadro grande, pero todos van marcando mis memorias y la gente que va y viene por mi vida, quizá alguna idea espontanea que se me ocurre de camino a casa. Siempre llevo mi "Agendiario" conmigo, es aún más indispensable que el celular. Y aunque informática, soy fanática del papel!!!
Montserrat Chávez
Hola Montserrat,
me encantó tu mensaje y la palabra agendiario, haces como yo, que uso las agendas como cuadernos de notas.
besos,
Rodolfo
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