Nada me frustra tanto el sábado como ya no encontrar el periódico El País. Si salgo a buscarlo después del mediodía es posible que el puesto de la esquina ni el Sanborns de División del Norte, que me queda a dos calles, no lo tengan, por lo que puedo pasarme el fin de semana buscándolo, cada vez más lejos de mi casa.
Leer el periódico es una costumbre heredada de mis padres. Cuando era niño y vivíamos en Tequila, yo era el encargado de ir a recogerlo con Domitila Anguiano, una vieja en silla de ruedas a la que le llegaban los periódicos, revistas y cuentos que se editaban en México. Su casa, que olía a tinta y papel, era lo más parecido a una biblioteca. Las paredes de la estancia estaban tapizadas de revistas y al fondo había montones de periódicos viejos que esperaban su devolución a Guadalajara.
Muchas tardes me iba a su casa y me sentaba en el suelo a hojear El Informador, El Occidental o Excélsior. En sus páginas de sábana impresa me transportaba a otros mundos, ver una fotografía a color en sus secciones de nota roja o en las del amarillista Alarma, era un hallazgo. Si le ayudaba a ordenarlos, me pagaba con cuentos de Kalimán o Condorito. ¡Deje ahí!, me gritaba, esas las acomodo yo. Eran las revistas para adultos, Él o Caballero que estaban en los estantes más altos, nunca al alcance de mi mano. Tenía que conformarme con Rarotonga, la historieta de una mujer negra y exuberante que me llenaba los ojos de ensueño.
En la actualidad leo hasta cinco periódicos. El sábado me gusta despertar con una entrevista por Juan Cruz o devorarme en el desayuno la columna de Antonio Muñoz Molina en Babelia. Descubrir las novedades editoriales como lo hacía cada sábado cuando viví en Buenos Aires con el suplemento Ñ de Clarín. Los domingos, mi día favorito, me voy desde temprano al Starbucks de la esquina con El País, Reforma, Milenio y a veces La Jornada. Paso la mañana entre noticias y suplementos. Entablo diálogo con Raymundo Riva Palacio, Granados Chapa, columnistas y reporteros gráficos, que me conectan con el mundo. Si no termino, los guardo, para seguir leyéndolos en la semana, aunque se me juntan con los del día y terminan amontonados al fondo de mi estudio. Puedo leer periódicos de un mes atrás o de un año de antigüedad. De un día para otro se convierten en almanaque, resumen de la historia.
El mejor regalo que me puedes traer de Perú, le dije a Patricia de Souza, es un diario de Lima, y un mes después regresó con El Comercio. Cuando supe que Constanza Mekis venía de Santiago, le pedí que me trajera El Mercurio y The Clinic. Me entretiene comparar diagramación, anuncios, papel, colores y erratas. Descubrir nuevos estilos, tomar el pulso de los hechos a distancia. Un mismo amanecer en otra mañana.
Cuando viajo fuera de México, lo primero que hago es comprar varios periódicos locales, así me siento menos extranjero. En los periódicos se conoce el nivel cultural de una ciudad. Es una pequeña muestra ADN de un país. La noticia más sorprendente que me ha pasado me sucedió el primer fin de semana que estuve en Nueva York. Desde el sábado en la noche, como si los del “Times” pudieran manipular el tiempo, como hace El Todopoderoso de Irving Wallace, ya estaba a la venta el dominical de The New York Times y aún faltaban nueve horas para que amaneciera. No quise ir al teatro ni a cenar. No quise esperar al día siguiente y me devolví al refugio del hotel con el tiempo bajo el brazo. Para evitar que me ocurriera lo que en México, después de leer tantas malas noticias, preferir pasarme el fin de semana buscando el país de ayer.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006. www.rodolfonaro.com
Leer el periódico es una costumbre heredada de mis padres. Cuando era niño y vivíamos en Tequila, yo era el encargado de ir a recogerlo con Domitila Anguiano, una vieja en silla de ruedas a la que le llegaban los periódicos, revistas y cuentos que se editaban en México. Su casa, que olía a tinta y papel, era lo más parecido a una biblioteca. Las paredes de la estancia estaban tapizadas de revistas y al fondo había montones de periódicos viejos que esperaban su devolución a Guadalajara.
Muchas tardes me iba a su casa y me sentaba en el suelo a hojear El Informador, El Occidental o Excélsior. En sus páginas de sábana impresa me transportaba a otros mundos, ver una fotografía a color en sus secciones de nota roja o en las del amarillista Alarma, era un hallazgo. Si le ayudaba a ordenarlos, me pagaba con cuentos de Kalimán o Condorito. ¡Deje ahí!, me gritaba, esas las acomodo yo. Eran las revistas para adultos, Él o Caballero que estaban en los estantes más altos, nunca al alcance de mi mano. Tenía que conformarme con Rarotonga, la historieta de una mujer negra y exuberante que me llenaba los ojos de ensueño.
En la actualidad leo hasta cinco periódicos. El sábado me gusta despertar con una entrevista por Juan Cruz o devorarme en el desayuno la columna de Antonio Muñoz Molina en Babelia. Descubrir las novedades editoriales como lo hacía cada sábado cuando viví en Buenos Aires con el suplemento Ñ de Clarín. Los domingos, mi día favorito, me voy desde temprano al Starbucks de la esquina con El País, Reforma, Milenio y a veces La Jornada. Paso la mañana entre noticias y suplementos. Entablo diálogo con Raymundo Riva Palacio, Granados Chapa, columnistas y reporteros gráficos, que me conectan con el mundo. Si no termino, los guardo, para seguir leyéndolos en la semana, aunque se me juntan con los del día y terminan amontonados al fondo de mi estudio. Puedo leer periódicos de un mes atrás o de un año de antigüedad. De un día para otro se convierten en almanaque, resumen de la historia.
El mejor regalo que me puedes traer de Perú, le dije a Patricia de Souza, es un diario de Lima, y un mes después regresó con El Comercio. Cuando supe que Constanza Mekis venía de Santiago, le pedí que me trajera El Mercurio y The Clinic. Me entretiene comparar diagramación, anuncios, papel, colores y erratas. Descubrir nuevos estilos, tomar el pulso de los hechos a distancia. Un mismo amanecer en otra mañana.
Cuando viajo fuera de México, lo primero que hago es comprar varios periódicos locales, así me siento menos extranjero. En los periódicos se conoce el nivel cultural de una ciudad. Es una pequeña muestra ADN de un país. La noticia más sorprendente que me ha pasado me sucedió el primer fin de semana que estuve en Nueva York. Desde el sábado en la noche, como si los del “Times” pudieran manipular el tiempo, como hace El Todopoderoso de Irving Wallace, ya estaba a la venta el dominical de The New York Times y aún faltaban nueve horas para que amaneciera. No quise ir al teatro ni a cenar. No quise esperar al día siguiente y me devolví al refugio del hotel con el tiempo bajo el brazo. Para evitar que me ocurriera lo que en México, después de leer tantas malas noticias, preferir pasarme el fin de semana buscando el país de ayer.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006. www.rodolfonaro.com
6 comentarios:
Mi estimado Rodolfo:
Coincido contigo en las batallas de fin de semana para dar con un ejemplar de El País, ya en sábado o en domingo.
También en eso que afirmas y que está cargado de veracidad: uno conoce mejor una ciudad leyendo sus periódicos.
Saludos,
César F. M.
Lo dicho: desperdicias tu espacio al no cobrar los anuncios ($$$)
Ahora bien podrías haberte embolsado unos billetes, un par de sospechosísimos establecimientos, neoliberales y ultracapitalistas monopólicos te agradecerán los ríos de incipientes escritores y jóvenes admiradoras que irán, periódico bajo la tatacha, a aplastarse ante un café. Enhorabuena por los más ricos del mundo
Hola César,
Gracias por tu comentarios. Tú si me comprendes lo que se siente cuando no hay Babelia.
Abrazos,
Rodolfo Naró
Hola Ix Karvy,
Espero que pronto siga publicando en alguno de los periódicos que menciono. Qué gusto que vuelvas a leerme y a comentar.
Saludos,
Rodolfo Naró
Estimado Rodolfo:
Aprecio este espacio para conocerte un poco mas, gracias por compartirlo.
un fuerte abrazo
Luis Alfonso
Gracias, Luis Alfonso, por tu palabras después de tantos años de conocernos y ser familia.
Abrazos,
Rodolfo
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