miércoles, 19 de octubre de 2011
Diario medular | Antonio | Día 17
En la Selva Lacandona aprendí a usar la mirada como cámara fotográfica. Aprendí a distinguir las comunidades zapatistas, a las que no se puede acceder sin salvoconducto. Descubrí que no eran bien recibidos ciertos “extranjeros” y tampoco muchos paisanos, que la mayoría de la gente de Chiapas terminó por no quererlos, al apropiarse el Sub Marcos y su gente de grandes territorios e implantar su ley.
Lo más difícil al escribir estos capítulos de Cállate niña, fue hacerlo sin juzgar, tratando de ser lo más imparcial posible, ver y vivir todo aquello sin filiación política ni social, sin decidir quiénes eran los buenos y quiénes los malos, yo estaba ahí siguiendo los pasos de Antonio, mi personaje –situación que no me pasó en Nápoles–, tenía que ver y hablar con la gente como lo hubiera hecho él, que tampoco se involucra con el movimiento armado, a pesar de verse envuelto por la guerra en las primeras semanas de 1994, cuando llega al frente de la guerra como foto reportero de la revista Proceso. Él, en medio de ese silencio aterrador que precede a una emboscada, libra sus propias batallas por derrotar los demonios de su pasado que lo tienen cercado, como el amor gana poco a poco la voluntad del que ama.
Hablé con tantas personas, rescaté tantas imágenes de mi memoria al escribir mis notas en la incomodidad de ese hotel barato que me acogía al regresar, a veces empapado de una lluvia inesperada o con la espalda molida de tanto caminar en la selva y esperar horas de pie a que pasara de regreso la camioneta cargada de gente que, en las noches dormía con la libreta en la cama, como si alguien pudiera entrar y secuestrarla.
http://edicionesb.com.mx/Fondo-Editorial/Ediciones-B/Callate-nina.html
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