lunes, 17 de octubre de 2011

Diario medular | Los zapatistas | Día 15


El amor es una guerra. Es batallar todos los días por ganar más espacio en el pensamiento y en el corazón del otro. Es una disputa de territorio, una agresión constante y sin tregua. Así lo descubrí y me fui a la guerra. Estuve casi un mes en Chiapas, haciendo base en San Cristóbal de las Casas. Cada día, después de desayunar, tomaba una ruta distinta, siguiendo la pista de los zapatista: Altamirano, Las Margaritas, Ocosingo. Subía en camionetas de redilas con una docena o más de personas, casi todos indígenas, lugareños de rostro pétreo y mirada cansada. ¿A dónde va? Me preguntaba el chofer. Aquí nomás, le decía y por diez o quince pesos me llevaba.

Pronto me di cuenta que no podía preguntar directamente a nadie sobre el levantamiento armado, mucho menos debía sacar papel y lápiz para escribir lo que me contaban o me arriesgaba a ser insultado. Estamos hartos de que vengan los de la tele a preguntar lo que pasó y no hagan nada. Siempre para el aniversario del primero de enero esto se llena de periodistas que solo prometen. Pero yo no soy periodista sino escritor, le respondí. Para ellos era lo mismo. Apliqué lo que Truman Capote hacía cuando entrevistaba a los asesinos de A sangre fría, memorizaba. Al principio de sus entrevistas en la cárcel y para no intimidar con la grabadora a los dos prisioneros, ejercitó la memoria y al salir de la prisión escribía todo lo que había escuchado. Con los años pudo retener hasta 98% de lo conversado.

En las noches que llegaba al hotel, me pasaba dos horas sobre el escritorio de mi habitación escribiendo lo que me habían contado, primero sin mucho detalle, como anécdotas leídas en un libro de texto y conforme avanzábamos en el camino, entre el calor y los gritos de la selva, esquivando piedras y riachuelos que nos hacían saltar y agarrarnos unos a otros, mientras miraba a una mujer tzotzil de camisa rosa mexicano y falda multicolor, amamantar a su cuarto hijo y me reflejaba en el charol de ese hombre que al final terminaba relatándome en carne propia lo sufrido en la guerra, hasta entonces, podía descansar.

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