sábado, 23 de mayo de 2009

Carlos Salinas de Gortari






Sólo tres veces he estado en Los Pinos. A finales de los setenta mi padre era Presidente Municipal de Tequila y resultó que los antepasados de José López Portillo eran de allí. Por lo que en varias oportunidades su familia estuvo en mi casa. Con todo despliegue de seguridad. Eran los tiempos de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Se organizaba comida para más de 200 personas, y en autobuses oficiales, llegaba Doña Cuquita, madre del presidente, y sus hijas Alicia y Margarita López Portillo, con ellas iban escritores, actrices, pintores, periodistas, empresarios de distintas Cámaras, diputados, los alcaldes de Guadalajara, Zapopan y Tlaquepaque, guaruras y coleros. El gobernador y su esposa arribaban en helicóptero. Los recibían con una margarita hecha con tequila Orendain y música de marimba. Eran comidas para hacer acuerdos, inaugurar escuelas, poner la primera piedra de un campo de juego.

En retribución, cuando mi madre, en su calidad de Presidenta del DIF Municipal, viajaba a la Ciudad de México a arreglar algún asunto de su cargo, empataba el viaje con la periódica revisión médica de mi columna. La señora Margarita mandaba un chofer por nosotros al hotel donde nos hospedábamos. Entrábamos por la puerta 2, llevando como regalo, siempre lo mismo, una orquídea natural en una caja cuadrada, que yo entregaba a la hermana del presidente. Por ese entonces yo tenía 10 años de edad.

Fue hasta mis 22 cuando volví a entrar a Los Pinos, por la misma puerta 2. Gobernaba Carlos Salinas de Gortari. El hermano de mi cuñado trabajaba en la Secretaria Particular y en un viaje que Jaime hizo al DF me pidió que lo acompañara a saludarlo. A lo mejor conoces al presidente, me dijo, sabiendo de mi admiración por él. En mi oficina tenía colgada la foto oficial de su sexenio, seguía sus discursos y hasta imitaba su tono pausado al hablar. El presidente era muy metódico y el hermano de Jaime, conociendo su agenda, me pidió que le trajera su portafolio del auto. Al salir, vi al presidente caminar hacia mí, iba hablando con algún secretario. Me quedé paralizado. Ahora entiendo porque Diego Fernández de Ceballos, quien fuera en lo público su acérrimo enemigo y en lo privado un colaborador más de sus triquiñuelas, sigue acatando sus órdenes, según relata Carlos Ahumada en su libro Derecho de réplica. Pasó a mi lado sin notar mi presencia y yo no atiné siquiera a decirle: sí, presidente.

Hace 20 años de ese encuentro, y Salinas aún sigue manejando los destinos del país con la caja chica de sus ahorros. Tampoco me sorprende la cobardía de su predecesor Miguel de la Madrid que siempre ha sido corto de vista y falto de tamaños como él mismo lo expresa al referirse a Joaquín Hernández Galicia, líder del sindicato de petroleros de aquel entonces: “Yo lo fui evitando a lo largo de mi gobierno porque era un líder muy fuerte y no quise arriesgarme a tener un enfrentamiento violento con él”. Así también, en la misma entrevista con Carmen Aristegui al preguntársele cómo se siente al haber designado a Carlos Salinas como su sucesor en la Presidencia de la República, confiesa: “Me siento muy decepcionado, me equivoqué”.

Lástima que no podemos conocer la opinión de José López Portillo sobre él. Miembros distinguidos del partido que enarboló los principios de la Revolución y que gobernó por más de 60 años cada municipio de este país, llevando la corrupción a todos los niveles de gobierno, prostituyendo a la clase política mexicana y cada seis años montando el teatro de las elecciones presidenciales, cuando es preferible que democráticamente todos digamos “nos equivocamos” como sucedió con Fox y no dejar que un pobre hombre cargue con ese peso en su conciencia. Hace unos días Miguel de la Madrid se ha desmentido diciendo que padece “serios problemas de salud”, los cuales me constan. El mes pasado coincidí con él en el cine de Altavista, me sorprendió verlo caminar lentamente cogido del brazo de un guardaespalda, tan achicado que, si no fuera por su esposa, habría pasado desapercibido.

Hace muchos años que tiré a la basura todo recorte que tenía de Carlos Salinas y hasta su tarjeta personal que llegó a la casa de mis padres unos días antes de la boda de mi hermana. Sólo conservo el regalo que mandó y que tanto ella como mi cuñado, al separarse, no quisieron conservar. Es una pequeña bandeja de plata que, como las promesas de matrimonio y de gobierno, tampoco ha servido para nada.

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Rodolfo Naró, poeta y narrador mexicano, su libro reciente es El orden infinito, finalista del Premio Planeta de Novela 2006. wwww.rodolfonaro.com
Imagen: Archivo personal del autor. © Rodolfo Naró, 2009. Todos los derechos reservados.

4 comentarios:

Guadalupe Conn dijo...

Mi querido Naró, sé que un fan jamás se aleja de aquel a quien sigue. Lamento el retraso en mis saludos, pero la influenza me ocupo en otras sobrevivencias.
Así que en esta ocasión le dejo un abrazo, un arrumaco de esos que no contagian nada, pero que dejan ver el afecto y la querencia.
GC

Rodolfo Naró dijo...

Hola Guadalupe:

Gracias por seguir leyendome, ya me extrañaba tu ausencia de letras y parabienes, te dejo mi cariño,

Naró

Guillermo G. Espinosa dijo...

Muy interesante, Rodolfo, tu aproximación al poder presidencial y la política. Me gustó la forma en que relacionaste tu muy particular experiencia en Los Pinos y tus puntos de vista sobre los presidentes.
Guillermo

Rodolfo Naró dijo...

Hola Memo,

qué gusto saludarte, gracias por tu comentario, ya ves, a veces uno se resbala.

Te mando un abrazo,
Naró

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