martes, 16 de junio de 2009

El horror






En nombre de Dios, en nombre del amor, se han edificado grandes crímenes que ahora todos admiramos. Sería imperdonable estar en China y no caminar la Gran Muralla que corre a lo largo de 6400 kilómetros y que tardó varios siglos en construirse, cobrando la vida de 10 millones de trabajadores, esclavos de países conquistados, muchos de ellos tapiados en sus paredes. Si viajamos a la India sería impensable no conocer el Taj Mahal, el mausoleo más fastuoso del mundo, construido en 1654 para el eterno descanso de la esposa del Shah Jahan. Para su edificación se necesitaron más de 20 mil obreros, artistas y artesanos, a los cuales se les amputaron las manos para que no repitieran semejante hazaña.

El 7 de junio del 2007 en Lisboa, Portugal durante una gran fiesta se escogieron las 7 maravillas del mundo moderno y entre ellas, además de las dos anteriores también quedó el Coliseo Romano, un circo donde murieron tantos esclavos, cristianos, perseguidos y que hoy es símbolo de una ciudad. Quizá después de mil años los campos de concentración nazi, ahora con paseos turísticos reservados por internet, sean también una maravilla del mundo. En la construcción de las grandes catedrales góticas no hubo quien documentara accidentes o decesos, como sí asentaban las entradas y salidas de herejes en los calabozos del Santo Oficio, tan comparables con los crematorios nazis. También contabilizaban las maravillas que iban descubriendo en las Indias, donde fue necesario arrasar con la espada para evangelizar y construir un nuevo mundo.

Pero también en México tuvimos lo nuestro. Se dice que los aztecas utilizaban la sangre de sus víctimas para la construcción de sus pirámides y templos. Tal vez de ahí venga la costumbre de celebrar el 3 de mayo o día de los albañiles, fiesta en la que se consagra una cruz en la obra y se ofrece una gran comida que siempre termina en borrachera. La creencia de los obreros al bendecir la construcción es para que no haya accidentes pues, como refiere En el hoyo, de Juan Carlos Rulfo, documental que sigue la construcción del segundo piso en el periférico defeño: "Todas las grandes obras necesitan almas para que amarre. Es el diablo que pide una cuota de sangre".

Podría seguir enumerando grandes obras, como el castillo de Laeken o el Palacio de Justicia de Bruselas, edificados por Leopoldo II, de Bélgica, hermano de nuestra loca emperatriz Carlota, quien durante 33 años tuvo en el corazón de África su jardín real, y en el cual murieron brutalmente asesinados 10 millones de congoleños. El Puente Brooklyn en Nueva York, construido entre los años 1870 a 1883, donde murieron 27 personas, casi todos presos de cárceles federales. La torre Eiffel sólo cobró la vida de un obrero sentimental que, por presumir a su novia su hazaña de herrero calificado, en un día de asueto de 1887 se subió hasta la primera planta y cayó al vacío. La excepción de la regla sería el Cristo del Corcovado, en Rio de Janeiro donde milagrosamente no murió nadie en su construcción de 38 metros de altura.

Sin embargo, cuando he estado en algunos de estos lugares, por más que quiero verlos desde su magnitud y belleza me es inevitable dejar de pensar en la devastación y el crimen sobre los cuales muchos de ellos se han erigido. Así como la ocupación del Amazonas por madereros, fraccionadores, latifundistas y ganaderos que siguen quemando la selva por ganar más hectáreas de llano para engordar sus vacas, haciendo de Brasil el principal exportador de carne vacuna en el mundo. La interminable guerra de hutus y tutsis por el control y riqueza del Parque Nacional Virunga en el centro de África, hábitat del gorila lomo plateado. La explotación de la Selva Lacandona en el sur de México. La ruina del paisaje natural de Tabasco por los yacimientos de petróleo. Cada brillante que se regala en un anillo de compromiso y que también cobra su respectiva cuota de mineros. Después de leer Cambio climático ¿Apocalipsis ahora?, reportaje de Agustín del Castillo en el periódico Público (5/06/2009), y caer en cuenta que en nombre de la supervivencia, la civilización y el progreso seguimos talando, perforando, explotando, construyendo, pariendo, no me queda más que decir como el moribundo Kurtz, en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, "¡El horror! ¡El horror!"

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Rodolfo Naró, poeta y narrador mexicano, su libro reciente es El orden infinito, finalista del Premio Planeta de Novela 2006. wwww.rodolfonaro.com
Imagen en contexto original: Elsrodamons.org

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tal vez sea porque el ser humano moderno (citadino, adicto a la tecnología) nunca consigue hacer nada sin destruir otra cosa. Recuerdo a una sabio compañero de clase (de la etnia pemón) cuando vio por primera vez el mar, gritaba, corría, se metía a saltar las olas como niño, todo con una admiración y respeto que daba gusto. Esos grupos indígenas a quienes hemos orillado hasta casi su etnocidio, ellos sí que saben y entienden que son SÓLO una partecita pequeña de un amplio UNIVERSO.
La misma cosa en los temas del amor (del siglo XXI) donde hemos erigido murallas más grandes que la de China entre los amantes, con ánimos de no involucrarnos, de no sentir y de no sufrir. Como bien dices: Horror! Horror!
Besos,
N.

Rodolfo Naró dijo...

Hola N.

Gracias por seguir leyéndome y proponerme temas, por el amor y todo lo demás.

Para poder cuidar a la naturaleza primero tendríamos que tomar conciencia de nosotros mismos, nuestras capacidades y limitaciones.

Besos,
Naró

Anónimo dijo...

En primer lugar pedirte si podrías hacerme llegar este articulo : Cambio climático ¿Apocalipsis ahora?, reportaje de Agustín del Castillo en el periódico Público (5/06/2009.

Después de lo dicho sigo y desde la otra parte del Atlántico, bañada por un mar cálido aunque a la sombra de un castillo antiguo y dominante sobre una montaña….

Creo, y cada vez con más firmeza, que el ser humano teme perderse en el pasado sin dejar su huella en un futuro lejano.
Son los grandes hombres, incapaces de hacerse recordar por ellos mismos, por su sabiduría, sus actos no públicos, su amor por los demás y el mundo que les rodea, quienes más huella pretenden hincar a cualquier precio. Cuándo la sangre que brota no se siente caliente no duele su perdida.
Sin embargo, son aquellos mismos hombres que disponen de todas las herramientas en su mano para hacer del mundo un lugar mejor, los que tan solo y únicamente son capaces de destruir aquello que se les brindó como regalo.
Esa falsa huella, puesto que no son ellos mismo los artífices de tales logros, con la que pretenden sobornar a los ojos que les rodean, a los corazones que tratan de impresionar, a las gentes que ansían dominar , la que pretenden les haga grandes, poderosos e importantes.
Impresionantes hombres diminutos que tan solo pueden aportar: su nombre. Un nombre que mucho tiene que ver con el dolor que ha requerido y poco con la belleza que al mundo podrán aportar. Un nombre que tan solo les fue prestado para una existencia.
El hombre es el único animal capaz de destruirse a sí mismo a conciencia y permitir que su mundo se hunda mientras se siente grande y poderoso al igual que hizo en tiempos pasados Nerón.
Marisa Abad

Anónimo dijo...

Estimado Rodolfo:
A esa lista de horrores y a 70 años del exilio español, habría que agregar el "Valle de los Caídos" cerca de San Lorenzo del Escorial en Madrid, construido por órdenes de Franco con el trabajo forzoso de republicanos sobrevivientes.
Esa monumental cruz y basílica que sirve de tumba a Franco, sólo es testimonio de la represión y muerte que causó la dictadura. ¡Horror!

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