Uno nunca habla
de sexo con su pareja. Apenas las cosas básicas, lo más simple y en el fondo
queda aquella gran fantasía, la posición exacta, el anhelo frustrado o los
límites transgredidos y el orgasmo incompleto. Uno siempre va a la cama
creyendo que es el mejor amante, aunque trate de esconder sus deficiencias y no
se atreva a hablar de ellas por no sentirse vulnerable, desnudo como un niño
que necesita ayuda para arroparse. Uno desde pequeño aprende a vestirse de
prejuicios, a imitar para sentirse parte de un todo, a defenderse a través del
silencio.
Como tampoco
hablamos de nuestros miedos, frustraciones o complejos, hace unos días hice un
ejercicio de crítica en mi Facebook, convocando a mis amigas a que opinaran
sobre las diez (o más) cosas que odian las mujeres de los hombres y la
participación fue abrumadora, inundaron mi muro con frases tan sencillas, como: que no se bañen, o que eructen
ruidosamente y se rasquen en público sus genitales, opinaron Cynthia Aldrete Ayala
y Patricia Valenzuela. Hasta las respuestas simpáticas de Carina Silvetti Riera:
que se saquen los mocos, nada exótico ni fuera de lo común, muchas de esas
opiniones fueron solo falta de urbanidad masculina, sensatez o sensibilidad
ante el otro, como opinó Katrina Rojas: que sean celosos y se crean amos y señores
sobre nuestra vida, tiempo y amistades o como escribió Liliana Zertuche: Que te digan a una
hora y lleguen a otra. Pequeños grandes detales que van haciendo nuestra vida
cotidiana más compleja y aburrida.
Hablar debería
de ser la manera más simple para comunicarnos, pero, mientras que a los hombres
nos educan para callar y aguantar, a las niñas se les inculca la obediencia y
el pudor ¿Quién se atreve a decir primero lo que le pasa, a expresar sus
verdaderos deseos? La siguiente semana hice el mismo ejercicio en Facebook,
convocando a los hombres a escribir las diez (o más) cosas que odiaban de las
mujeres y, aunque hubo una mayor participación que la anterior, casi llegando a
los cien comentarios, curiosamente fueron las mujeres las que más opinaron
sobre sí mismas.
Edith Oropeza dijo: que se quieran
casar al primer, y Montserrat Moreno Rivera nos recordó el clásico espérame
cinco minutos, ya voy, y se tarden dos horas más. O simplezas tan profundas
como las que Doogie Oberhauser puso de ejemplo: ¿qué quieres comer? y que te
responda lo que sea. ¿Sushi? No, sushi, no. ¿Tacos? No, tacos, no. ¿Pizza?
No, pizza tampoco. Bueno entonces ¿qué quieres? ¡Ash! ya te dije lo que sea. O
el uso indiscriminado de ciertas palabras trascendentales como opinó Iván Bronstein: Que
usen con una facilidad las frases que empiezan con, ‘es que tú nunca’ o ‘es que
tú siempre’. O que cualquier discusión, por no imponerse y hacer valer su
derecho de pareja terminen con lo que Bere Amor Sánchez escribió en mi muro: que
digamos ‘estoy bien’ cuando esta todo realmente mal.
Al final, quien
se atreve a hablar primero no es el más valiente sino quien tiene más necesidad
de ser escuchado. El ejercicio complementario sería ese, precisamente, saber
escuchar y dialogar, aunque sintamos que el peso de la infancia, la educación,
la religión o la orfandad de ideas nos dominen.
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Rodolfo
Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Cállate niña es su nueva novela y Ediciones B su nueva casa
Editorial | www.rodolfonaro.com
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