jueves, 12 de marzo de 2009

Cruce de vías






A caballo, Tarumba / hay que montar a caballo / para recorrer este país, / para conocer a tu mujer, / para desear a la que deseas, / para abrir el hoyo de tu muerte, / para levantar tu resurrección. Jaime Sabines escribió estos versos en 1956 cuando el tren todavía surcaba los aires de México, y digo los aires porque su sonido se escuchaba desde muy lejos. Era el progreso que parecía imparable cuando la época de Don Porfirio. Antes de él, en 1875 teníamos sólo 500 kilómetros de ferrocarril cuando Inglaterra tenía 22 mil. Durante su largo régimen, de 1880 a 1911 se tendieron 25 mil kilómetros de líneas y en 70 años de priismo sólo 5 mil más. Esos mismos ferrocarriles que el porfirismo tendió como una red para llevar orden y progreso sirvieron para que terminara de atraparnos en una revolución por la que muchos políticos todavía suspiran.

Escribo con la nostalgia del tren. Mis padres y yo cada seis meses abordábamos el que nos llevaría de Tequila a la Ciudad de México a mi revisión de la columna vertebral. Subíamos a las seis de la tarde. Apenas paraba unos minutos, todo era tan rápido que a veces no había tiempo para despedirnos de mis hermanos. A las 8 de la noche entrábamos a Guadalajara, donde nos asignaban una alcoba con litera, baño privado y agua corriente. Para cenar, en más de un invierno mi madre se ponía una estola de zorro para ir al vagón comedor, de manteles largos y lámpara Art Déco en cada mesa. Nos recibía el capitán de meseros para asignarnos la nuestra, que siempre estaba junto a una ventana por donde veíamos pasar la noche, las luces de un caserío perdido a lo lejos. Podíamos pedir filete mignon, spaghetti o cualquier sugerencia del chef. Se descorchaban botellas de vino y al terminar pasábamos al vagón fumador a tomar el digestivo, o mi madre un cognac, en su copa enorme, típica de película, con oleaje incluido por el traqueteo del tren.

Para despertarnos, a las 7 de la mañana, un hombre pasaba sonando una campanita, anunciando el servicio de desayuno. Huevos a la mexicana, chilaquiles o hot cakes. Obviamente éramos los mismos de la noche anterior sólo que un poco maltrechos y despeinados. Además de ser un viaje largo, era un viaje interior que se diluía con la lentitud de las horas. Hace un año que fui a Chicago a presentar El orden infinito y en Union State abordé un tren que me llevó a Detroit. Fue un recorrido de cinco horas. Era el mediodía del martes de carnaval y mientras en el Puerto de Veracruz, estaban de rumba, nosotros habíamos amanecido a 6 grados centígrados bajo cero. Todo estaba nevado y por mi ventanilla veía autos sepultados por la nieve, albercas semi congeladas, un campo blanco sólo trazado por las múltiples vías oscuras del ferrocarril y al pasar cerca de un canal navegable del Lago Michigan distinguí, semejando a un cementerio, pequeños yates en tierra, cubiertos con lonas, aguantando sus altos mástiles el viento y la nieve. A lo lejos los árboles, más flacos que el hambre, pero fuertes como la esperanza de la primavera.

Esa esperanza también me hacía estar alerta, por si un cruce de vías me hiciera encontrarme con mi destino. En mis viajes de adolescente al Distrito Federal a mis rutinarias revisiones médicas de columna, cuando viajaba solo, más de una vez tuve cruce de miradas en el vagón fumador, que terminaban siendo amores fugaces con mujeres mayores que yo. Solitarias y compulsivas, me hacían seguirlas de vagón en vagón, o algunas veces abiertamente me preguntaban ¿en tu alcoba o en la mía?

El tren en México no ha sobrevivido a tantos embates de malos gobiernos, al veloz crecimiento de las líneas aéreas, a la desleal competencia de las carreteras, con el impulso de las concesiones a las grandes constructoras, el cobro de peaje, el uso de gasolinas y supongo que hasta el entuerto con fabricantes de automóviles. Hemos seguido impulsando el uso del carro, abarrotado a las ciudades de microbuses, de coches, hemos dejado el Metro sólo para el Distrito Federal y en lugares como Guadalajara, Aguascalientes, Morelia o Monterrey donde ya es indispensable, se siguen construyendo grandes avenidas, pasos a desnivel, túneles que consumen energía eléctrica las 24 horas del día y que a los pocos años resultan insuficientes. Seguimos el modelo gringo de no caminar y hemos hecho del caballo un motor que nos está llevando no a conocer a nuestra mujer ni a levantar nuestra resurrección sino a abrir el hoyo de nuestra muerte, lenta.

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Rodolfo Naró, poeta y narrador mexicano, su libro reciente es El orden infinito, finalista del Premio Planeta de Novela 2006. wwww.rodolfonaro.com
Imagen: Fotógrafo Pablo Checu, su portafolio en flickr Cementerio de Trenes

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora ya nos gana el tiempo y nos limita a correr la semana en auto, curiosamente y porque así me toco, no he viajado en Mexico en tren...es una pena que esto sea común y para saber de trenes tengas que ir a Europa o a otros lugares, es un Clasico-Tapatio la historia del tren al DF antes de los 70.

Me diste una imagen y disfrute tu narrativa como siempre, un gran saludo.

LMM

Anónimo dijo...

Rodolfo,
Otro comentario, mas bien solicitud, me gustaria contar con tus libros y con dedicatoria de preferencia...No es obligacion pero si puedes nos vemos o me dices como-le-hago y ....ya esta.

Estoy en mis ratos leyendo y he aprendido y disfrutado un buen de lo que me habia perdido... facilitame tu obra porque me harias una "evangelizacion en narrativa muy chingona"

Saludos
Luis Medrano Mtz.

Rodolfo Naró dijo...

Hola Luis:
Cuando yo viajaba en tren era en los 70 no antes de esa década, sino en 75,76... 80, etc. M eda gusto que me sigas leyendo y mi novela El orden infinito creo que aún se consigue en Gonvill, donde también hay algunos libros de poesía, sino, avísame y yo te los llevo en mi proximo viaje a GDL la primer semana de abril, el costo te lo digo por mail.
Saludos,
Naró

Anónimo dijo...

HABLANDO DE TRENES:
recomendacion turistica

http://www.aguascalientes.gob.mx/turismo/galerias/directorio/FICOTRECE/ficotrece/ficotrece.aspx

para que recuerde (no tan) viejos tiempos....

que tenga buen dia

Rodolfo Naró dijo...

Querido Anónimo,
seguiré tu recomendación turística y en otra columna te cuento cómo me fue.
Saludos,
Naró

Patricia dijo...

Hola Rodolfo, por acá Patricia Valenzuela de Baja California Sur, quizá no me recuerdes. Me encantó volver a leerte, digo volver, porque no me ha llegado la columna y opté por buscarla. Pero te repitó, me encanta tu narrativa, me fascina.
Otra cosa, me gustaría enviarte algunas notas de lo que he escrito, a ver que te parecen, ¿si, puedo?. Muchas gracias, un abrazo.

Rodolfo Naró dijo...

Hola Patricia,

sí mándame lo que tienes escrito y yo sinceramente te pasaré mi opinión. Espero que estés bien.

Saludos,
Naró

Dany Cooper dijo...

Nunca viajé en tren, siempre quise, pero aquí en Monterrey solo se usa para transportar materiales y esas cosas, hace mucho dejó de funcionar el tren de pasajeros. Siempre soñé con subirme a uno, llevar un neceser y un lindo vestido, tipo las actrices de las películas en blanco y negro, teniendo un romance apasionado con un hombre mayor de 40 años, de cabello ligeramente canoso, con la cara recién rasurada y unas cuantas arrugas intelectuales.

Besos
Dany

Rodolfo Naró dijo...

Hola Dany,

es increible viajar en tren ojalá que pronto tengas la oportunidad y en ese moemnto me recuerdes.

Besos,
Naró

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