domingo, 15 de agosto de 2010

Cicatriz de la memoria


El ombligo es la más bella de las cicatrices. El inicio de un mapa de vida, rutas que sigue la memoria para recordarnos que estamos vivos y que padecemos. Todos llevamos una cicatriz más o menos visible en el cuerpo. Cuando por fin pude verme la que me cruza la espalda de norte a sur, seis meses después de mí operación de columna, no me gustó, es un jeroglífico ancho de color rosado a la altura del cuello, que se desparrama hacia los omóplatos, pero tuve que resignarme a que siempre me acompañaría. Ni qué decir de los dos orificios que coronan mi frente, desde los cuales ejercieron tracción a las vertebras cervicales. Cicatrices que inmediatamente señalan los niños –entre más pequeños más fijados–, con su dedo índice y pregunta ¿qué te pasó ahí?

Hasta muchos años después acepté vivir con ella. Aprendí a inventar historias. Que si había tenido un accidente automovilístico, que si un caballo me había arrastrado con un pie atorado en el estibo o que si me habían dado un balazo en la cabeza, entrando la bala por una sien y salido por la otra. Dependiendo quién preguntara y el lugar donde nos encontráramos echaba mi cuento. A los más pequeños simplemente les decía, me caí y me descalabré.

Poco a poco descubrí el valor que tiene una cicatriz. En ciertos oficios o deportes es una currícula envidiable. Cuántos toreros, boxeadores, corredores de motos o alpinistas acarician sus cicatrices y recuerdan su encuentro con el peligro o con la muerte. Los dos dedos de un pie que perdió la alpinista española Edurne Pasaban, al conquistar la cima de su noveno ochomil, le han dado fama y respetabilidad en el mundo. O José Tomas, el diestro español, que en abril pasado sufrió su segunda cogida grave, ahora en la vena femoral, y ha vivo para contarlo. La cicatriz que le ha dejado la herida de 15 centímetros en la pierna izquierda podría ser la envidia de sus compañeros de armas. Rozar la muerte a más de doscientos kilómetros por hora, arriba de una moto y volver del coma es una hazaña presumible, por lo menos así me pereció la tarde que escuchaba ese relato, de mesa a mesa, en un café donde se reúnen varios motociclistas.

Ni qué decir de los soldados que vuelven del frente de guerra, con más de una bala en el cuerpo y presuntuosamente señalan el orificio de entrada. O la bailarina que sostiene el aliento, de quienes la miran, con la punta de sus pies sin importarle que se lastimen o se deformen ¿Acaso no son también los tatuajes heridas, cicatrices imborrables que señalan una fecha, un pacto o un reto? Vivir con una cicatriz en el cuerpo es señal de vida, cesárea con la que muchas mujeres sueñan al final de su embarazo. Después de revisarme el cuerpo y redescubrirme las que casi había olvidado, aquella imperceptible en el tobillo, la que llevo en la parte posterior del muslo o las que se cubren con el cabello, comprobé que toda cicatriz cutánea siempre está ligada a los recuerdos del alma.


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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006. www.rodolfonaro.com.mx. Imagen en su contexto original

8 comentarios:

Andrea dijo...

Wow Magnifico, Excelente

Rodolfo Naró dijo...

Gracias Andrea por ser la primera que comenta mi ya no tan nuevo post, y además con esas palabras tan elocuentes.

Saludos,
Rodolfo Naró

Marcela dijo...

Además de ser un texto wow, magnífico y excelente, me susurró al oído la idea de contar (desnuda) la historia de mi vida, guiándome por las cicatrices.

Marcela

Rodolfo Naró dijo...

Hola Marcela,

cuando te animes a contarnos tu historia, este puede ser un buen espacio.

Saludos,
Rodolfo Naró

Rodolfo Naró dijo...

Hola Marcela,

cuando te animes a contarnos tu historia, este puede ser un buen espacio.

Saludos,
Rodolfo Naró

Sila dijo...

A los 25 años de edad, rocé la muerte debido a una peritonitis. Justo en ese momento, solo notaba frío e indiferencia y a la vez me decía a mi misma, Sila, que pena, te estas muriendo y, ahí perdí el conocimiento. Desperté rodeada de aparatos, sondas por todos los lados, drenajes y el abdomen con una costura de 20 centímetros. En ese momento, aún me seguía dando todo igual, tardé unos días en ¨regresar¨de donde había estado de paso. Nunca odié tener esa cicatriz, la he lucido y la sigo luciendo en playas, piscinas, en momentos amorosos. Para mi no ha sido motivo de complejo, forma parte de mi vida, ya que de no poderla ver, significaría que no lo había conseguido, que no había regresado. Ella es la mejor señal, de que estoy viva. Referente a los tatuajes, también marcan nuestras vidas, pero estos lo hacen voluntariamente, por ello, hay que estar muy seguros de que nos tatuamos y por qué. Jamas me tatuaría el nombre de un hombre por mucho que este significase para mi, ya que el hombre, puede no permanecer a mi lado, y en cambio el tatoo, sí. Nunca lo haría por moda, pero si por convicción. Llevo un tatoo que para mi es muy especial, lo diseñé yo misma y, elegí con precisión donde quería llevarlo. Se trata de una inicial, la A, en una caligrafía muy elaborada, está en mi mano izquierda, en el dedo corazón y es la inicial de mi hijo. El significado y el motivo, se entiende claramente y nunca podría renegar de él. Hay tantas señale; tatoos, cicatrices, vestimentas, pelo, maquillaje, perfumes... que si nos lo proponemos, podemos averiguar en gran parte, la personalidad de otros. Es fascinante!

Rodolfo Naró dijo...

Sila, gracias por compartirme un poco más de ti y dejarme ver entre líneas esas cicatrices tan llenas de vida. Espero leerte pronto, aquí o en tu blog.

Cariños,
Rodolfo

Dany Cooper dijo...

Como diría Hannibal Lecter: "las cicatrices nos recuerdan que el pasado fué real"

¿Qué pasa con las que no se ven, las del alma?

besos
Dany!

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