viernes, 17 de febrero de 2012

Diario medular | Venta de garage

Nadir y yo pusimos una venta de garaje en mitad de la sala. Ella se va a Inglaterra y necesitaba deshacerse de algunos recuerdos, de grandes momentos, pasar la página a otros instantes que le representarán mayores retos. Antes de poner la venta, de etiquetas, acomodar, fotografiar cada artículo y contar su historia a las personas que nos visitaron, Nadir, harta de polvo y vivencias me dijo que llamaría a un ropavejero y vendería todo a cajón cerrado por unos cuantos pesos. Ni se te ocurra, le dije, en esta ciudad todo se vende.

Posteó las fotos en su muro de Facebook como si fuera álbum familiar y de cierta manera, esos objetos eran primos hermanos de nuestras alegrías y desventuras. La taza de café que me levantó el ánimo, los cojines que reposaron mi columna, las plantas que absorbieron el humo del cigarro y otras malas energías. Los CD de música que nos hicieron bailar, cerrar los ojos y soñar. Las cobijas que abrazaban como nadie en la madrugada. El silencio de los cuadros, el té de las 5 de la tarde, el espejo siempre tan ajeno. Los adornos que han marcado nuestra personalidad, algunos tan pequeños como el recuerdo del primer amor.

A cada objeto lo llenamos de historia, lo hacemos nuestros al asirlo con la mano, ¿o somos parte de él cuando nos sostiene? Son un refugio cotidiano, sobreviven para seguir compartiéndose. Las personas miraban con morbo, y yo me sentía desnudo, vigilado, sobre todo cuando preguntaban por mi colchón. Ese no se vende, contestaba, tiene nombres escritos con sangre.

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