miércoles, 22 de febrero de 2012

El orden infinito | Capitulo 2

Sentada en su poltrona, la Nina Ramos se reflejó en su retrato que descansaba en la mesita de noche. Hacía más de veinte años que le habían hecho el daguerrotipo que envejecía junto con ella. Estaba gastado y su gesto ya no parecía eterno; sin embargo, sus ojos aún conservaban esa luz propia que había iluminado la conciencia de tantos hombres. El coraje tembló en sus párpados al sentir el dolor de una madre que criaba entenados. Recordó el pasado miércoles de ceniza y se vio de nuevo en el altar de la parroquia, hablando una y otra vez, mientras Pomposa repetía sus palabras con gritos ensordecedores. Ese día, las manecillas del reloj del templo se juntaron en una sola. Prócoro, el campanero, se colgaba de la cuerda, mientras el padre Ramberto repetía a una fila interminable de fieles la sentencia: “Polvo eres y en polvo te convertirás”, mientras les dejaba en la frente una mancha de tizne. Tres monjas lo asistían y el coro de niñas del catecismo interrumpía esos instantes, cuando un viento de sueño comenzó a colarse en cada espacio. Pequeños círculos de arena se remolineaban en los pies de la gente. Era un escalofrío premonitorio. El padre Ramberto, celebrando por enésima vez el sacramento de imprimir ceniza, levantó su diestra, pero ese soplo rebelde lo dejó sin polvo en los dedos. La Nina Ramos no le dio importancia. El cura volvió a introducirlos en la urna y antes de tocar la frente de la señora, se quedó, una vez más, sin nada. El tercer intento le dejó apenas una mancha de tizne, pero el simún enrarecido y tenaz borró todo indicio de polvo. La Nina se tambaleó, como si alguien la hubiera empujado y escuchó una voz que en secreto la llamó por su nombre. Miró a su alrededor, se cogió fuerte de Dolores y con sólo una mirada tuvo a Pomposa a su lado. La doncella supo que sería un día largo.

Las campanas estaban mudas. Prócoro, arrastrando su pierna izquierda por una fractura que tuvo al nacer y que soldó al revés, apresurado se abrió paso entre la gente para llegar hasta el altar. El padre Ramberto le urgió a que subiera al campanario a revisarlo y le dijo a la Nina Ramos que algo no andaba bien. Escucharon al viento desgarrarse como entre dientes de metal y estirarse a lo largo de la iglesia hasta sentirse la tensión de sus amarres. La gente, despavorida, echó a correr, mientras el padre Ramberto gritaba arrebatos entre los ahogos de la incertidumbre. Dejó a la Nina Ramos de pie en el altar y trató de abrirse paso entre la turba. Antes de llegar a la puerta escuchó un grito largo, un golpe seco y otros sonidos extraños lo invadieron. Cayó de bruces entre la gente. Se arrastró a la puerta y lo que vio no le gustó nada. Al incorporarse distinguió a Prócoro en el suelo, muerto, como si la campana lo hubiera arrojado al vacío. El padre Ramberto levantó la mirada intentando descubrir algo y vio las sogas del campanario que oscilaban sobre la pared como serpientes que suben o bajan. En ese preciso momento, la Nina Ramos supo que ya era demasiado tarde, que habían caído en una trampa.

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El orden infinito | Fragmento del capítulo 2

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