viernes, 5 de octubre de 2012

Háblame niña | Debra Oropeza


Querido Rodolfo:

Empecé a conocer a la Niña a través de los retazos con los que la describían los demás. La vi con sus ojos y supe entonces la manera tan profunda en que los había tocado porque, finalmente, todos hemos dado tropiezos donde lo único que varía es la fuerza impresa y el abismo donde caemos.

Creí saber quién era la Niña pero me engañaba, como lo hizo la portada del libro, en la cual juraba que la imagen de la bailarina estaba en puntas, pero no es así. Me perdió la fuerza de su mirada, de su alma implorando: ¡Escúchame!. Fue cuando puse atención y vi que sus piernas no estaban, no había nada que la sostuviera y preguntándome ¿por qué? abrí el libro y ella no paró de hablar, aunque se lo ordenara el blanco grito de la portada y los susurros negros en cada página.

Los comentarios que hizo la gente de ella quedaron atrás, porque siempre pasa que nunca conoces a una persona a través de otras, sino sólo al convivir con ella, al escucharla. Y la presencia de la Niña dijo más que cualquiera, sin maquillaje, sin pretensiones y con todas las heridas expuestas.

Heridas múltiples; unas recientes, otras viejas, pero todas sangrando. La más antigua y profunda fue la que le hizo su Padre, lo supe porque no paraba de decir su nombre y estaba sobre el corazón. Las heridas hablaban, tenían vida propia y a esa vida la alimentaba el odio, el dolor, el resentimiento y la soledad desesperanzadora de los olvidados.

Otras eran de su Madre, cuya voz martilló tanto haciendo un eco sordo, que logró su cometido: la Alumna superó a la Maestra. Su ejemplo lo fue todo; la llevó de risco en risco hasta alcanzar los infiernos más profundos donde conoció a los hombres que, igualmente lastimados y con vendas en los ojos dijeron amarla, dijeron desearla y nunca supieron a quién tenían en frente, que el corazón le latía.

Algunas heridas estaban cerradas por la marca de un par de besos: los de su Abuela y su Padrastro, dos luces entre tanta oscuridad, amor puro y verdadero, ese que te acepta tal cual, sin anestesia.

Abracé a la Niña como la amiga que nunca tuvo, la que le faltó, la que no cierra los ojos ni se tapa los oídos aún cuando, lo que estás contando, sea frío, cruel, bajo o desgarrador.

La dejé hablar. No me atreví a callarla. Habían sido muchos años de tragar en seco, de morder el polvo, de bailar en puntas al filo del precipicio.

La dejé hablar y yo escuché sin juzgar porque, al fin y al cabo al ser Humana, me encuentro escasa de piedras que tirar.


Nombre: Debra Oropeza Edad: 33 años. Ciudad: México, DF. Compré Cállate niña en: Gandhi, M. A. de Quevedo. Mi comentario: por fin te leo y posteo tu comentario en La columna chueca, tan esperado. Gracias de nuevo por.

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