martes, 25 de diciembre de 2012

Diario medular | Noche Buena


Era una llave de agua y me mojaba. En Noche Buena desperté delirando, me vi desplegando las velas de La Pinta, gritando ordenes a la tripulación para contener la tormenta. Era Cristóbal Colón enfrentando el peor amotinamiento de sus hombres. Mi corazón, como un gigante, una máquina a punto de reventar, pedía más carbón, más leños para el fuego que me consumía las entrañas. La fiebre me subió en un abrir y cerrar de ojos y comencé a temblar, a levitar en la cubierta del barco que era mi cama. En ese mismo golpe de pestañas se me cruzaron las historias y ya no fui el padre Colón, sino el coronel Aureliano Buendía, cagándose de miedo frente al pelotón de fusilamiento, recordando la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. ¿Cuántas batallas perdimos, cuántos de nuestros hombres murieron? Mientras me preguntaba, también un frío interior me rayaba los huesos.

Andrea estaba conmigo, me trajo agua y rebuscó en el cajón de las medicinas alguna que pudiera aliviarme. Todas tenían cinco años caducadas. Al escucharla desde la cocina, me las imaginé como un tesoro de joyas dentro de un baúl con telarañas y tarántula. No somos piratas, le grité, estamos buscando una nueva ruta para las Indias. Apártalos, diles que pronto llegaremos a tierra firme. Yo trataba de contener a mi tripulación, los veía que me miraban con ojos asombrados, como si este temblor de cuerpo fuera de escorbuto, malaria o peste bubónica. Tenía tanta sed, como perro enrabiado. Sigo siendo el capitán de esta nave, murmuraba, envuelto en mi cobija como el coronel Buendía. Hasta que por fin le pregunté, Andrea, ¿estás segura que sí estaba bien muerto ese animal que nos cominos?   

Cenaste demasiado, me dijo, yo te veía comer al parejo que mis nueve hermanos, además, recuerda la hamburguesa del mediodía, los hot cakes del desayuno, navegantes de mantequilla. La cena del día 23 en casa de Guillermo y Lety. ¿Cuántos cacahuates, copas de vino, trozos de queso de cabra con paté y aceitunas? ¿Cuántas veces repetiste plato ayer y hoy? Respira hondo y deja de poner los ojos en blanco. Tienes que vomitar, me conminó. Ya llevó tres evacuaciones y el dolor no cede, le dije y recordé al Octavo pasajero queriendo reventarme el estómago, como un polizonte de mi propia nave. No lo conseguirá, mañana, aunque no sea lunes, comienzo la dieta, tuitée y escuché su reclamo, deja ya ese celular y descansa. Estoy avisando al puerto de Palos de la tormenta, esto no es clave morse, simplemente que, mañana no voy al recalentado, le repetí desde el baño, mientras me seguían golpeando las aguas negras del infortunio.

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