domingo, 16 de junio de 2013

Charro completo





Un hombre llegó corriendo al lienzo charro, iba ensangrentado y pedía ayuda a gritos, clamaba por un médico. Mi padre, que estaba al fondo del partidero esperando la salida de un toro, vio al hombre que se había saltado el anillo y estaba en mitad del ruedo. Se ajustó el barbiquejo del sombrero, le clavó las espuelas a su caballo y en pocos segundo lo rayaba frente al hombre que parecía haber perdido la cordura. Desmontó a Príncipe, un alazán cuarto de milla que por muchos años fue el mejor caballo de la región. Un pura sangre brioso y de doble alzada que también usaba de semental en los mejores días de la primavera.

El hombre vestía short y camiseta de playa, tenía una herida en la cabeza que no se dejó tocar cuando mi padre intentó revisarla. Venía de Puerto Vallarta con su familia, tres hijos, esposa, abuela y un perro que encontrarían muerto en el lugar del accidente. El lienzo charro de Tequila estaba sobre la carretera, a unos doscientos metros de una curva con poco peralte que acostumbraba a sacar autos del camino sino sabían tomarla con precaución. La charreada se había interrumpido en el momento en el que el hombre piso el lienzo. Las gradas estaban a reventar de gente, era domingo y los charros Tequileros, equipo del que mi padre era presidente, iba ganando a los charros de Roberto Orendain.

Sin perder tiempo en quitarse las espuelas, reata en mano por si hubiera necesidad de usarla, mi padre y el hombre se encaminaron al lugar del accidente. Su sombra con sombrero lo seguía a poca distancia, así como toda la fiesta del lienzo que se fue detrás de ellos: charros a pie y a caballo, las gentes del graderío, los vendedores de cacahuates, manzanas caramelizadas, churros y algodones de azúcar, los músicos de la banda que empezaron a tocar cuando alguien dijo que hacía mucho calor y mandó por las cervezas a la cantina del lienzo. Mientras unos paraban el tráfico de la carretera y otros ayudaban en el accidente, los demás se sentaron a ver lo que pasaba. La combi amarilla, después de tres vueltas estaba patas arriba, humeante y en silencio, como animal en matadero.

Los hijos del hombre habían salido como culebras por las ventanillas y la abuela, que había perdido su falda entre las volteretas, estaba sentada en calzones en una piedra del camino, todos se encontraban bien, solo con golpes y contusiones, excepto la esposa del hombre, que seguía atrapada entre los fierros retorcidos de la combi.

Cuando entre muchos hombres lograron sacarla, mi padre mandó por la ambulancia del Seguro Social para trasladarla a Guadalajara, pero el hombre le dijo, óigame doctor, yo no soy derechohabiente. No se preocupe, yo soy el director de la clínica del IMSS, le respondió mi padre. Palabras similares le dijo cuando el ministerio público llegó a tomarle declaración, iba acompañado por tres policías que tenían la intención de llevárselo preso. No se preocupe, le volvió a decir mi padre, no pasará nada, yo soy el presidente municipal de Tequila. Óigame, repitió el hombre asombrado, solo falta que también sea el cura del pueblo, usted es todo aquí. Casi, le respondió mi padre bajo el sol vivo de Tequila, solo me falta el título de charro completo, que este año disputaré en el congreso nacional, si Dios me da licencia.     


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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Cállate niña es su nueva novela y Ediciones B su nueva casa Editorial |  www.rodolfonaro.com



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