domingo, 13 de noviembre de 2011

Aniversario

El martes pasado cumplí 25 años de escribir poesía. Aunque mi primer libro, Los días inútiles lo publiqué hace quince. Fue una edición de autor de 500 ejemplares. Un libro que yo mismo organicé, corregí y compilé. Un libro que se pasó de mano en mano entre amigos y familiares, lleno de erratas y faltas de ortografía, pero que me dio la oportunidad de sentirme realmente poeta.

Antes de sabes cuál era mi destino en este mundo pasé por todas las disciplinas artísticas que pude. Desde los 12 años de edad, tomé clases de pintura y dibujo, solfeo, ballet clásico, periodismo y actuación. A los 18 años me vine por primera vez a la Ciudad de México, recién egresado de la preparatoria a tratar de entrar a la Escuela de Capacitación de Televisa. Utilicé una recomendación de mi abuelo Salvador, quien, en la juventud había sido amigo de Guillermo Cañedo. Parecía que las puertas de los escenarios se me abrían de par en par. Dos veces me entrevisté con él, en su oficina de Televisa San Ángel. No pasé varias pruebas, entre ellas las de elasticidad y baile. Fui un desastre intentando con el tango.

Después de casi dos meses volví a Guadalajara y me matriculé en Ciencias de la Comunicación, mientras seguía escribiendo poesía. Unos años después volví a la Ciudad de México, a abrir una oficina de ventas de una empacadora de alimentos. Venía por unos pocos días y al final la ciudad me fue atrapando, entre otras cocas por sus librerías y espacios culturales. En una de esas caminatas descubrí la recién inaugurada Casa del Poeta Ramón López Velarde en la que fue su última morada. En la planta baja tenía una gran librería, atendida por Rosario Barajas, una chica que a mí me parecía que había leído todos los libros del mundo. A ella le enseñé aquellos poemas que escribía a toda hora. Era apenas 1992, faltaban cuatro años más para que publicara Los días inútiles.

Después vino Casa Lamm a unas cuadras de la del poeta López Velarde, con su elegante librería Pegaso y su mampostería neoclásica de 1911, donde conocí a Álvaro Mutis. Yo iba de un lugar a otro y ya no soñaba con el Corte A ni las cámaras, sino con los “escenarios” llenos de libros. Tardé casi 30 años de mi vida para darme cuenta que en realidad yo era poeta y como escritor podría darle vida a una bailarina, a un revolucionario, a una monja o quien yo quisiera. Apenas a los 29 años de edad supe que desde mi escritorio podría dirigir un mundo a mi medida, donde habría toda clase de seres infinito.

El martes 8 de noviembre volví a la Casa del Poeta a leer poemas, 25 años después. Volví con Odette Alonso, Edgar Krauss y Nadir Chacín, amigos que de alguna u otra manera me han acompañado a lo largo de estos años, otros, entre el público, me seguían con la mirada. Esa noche les conté mi aventura de escribir y publicar poemas, la suerte que ha corrido ese primer tiraje de Los días inútiles, el que tiene una gran N roja en la portada, los he quemado. He ido a casa de amigos y familiares y, sin que lo noten, recojo ese libro y me lo traigo a casa. He recorrido las librerías de viejo de la ciudad, buscándolo, pagando lo que me piden por él para traérmelos a casa, y los he quemado sin ningún remordimiento, pero apenas llevo 34 libros y fueron 500, por algo se empieza.


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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Cállate niña es su nueva novela y Ediciones B su nueva casa Editorial | www.rodolfonaro.com

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