miércoles, 9 de noviembre de 2011

Diario medular | Editar | Día 30


Lo más parecido a educar a un hijo es editar una novela. El primer borrador de Cállate niña apenas alcanzó las 120 cuartillas, contrario a El orden infinito que llegó casi a 500 y mi trabajo de reescritura fue compactar, limpiar hasta dejarla en 272. Pero Cállate niña daba para más. La reescritura era imprescindible, tenía que aumentar el volumen de hojas, llegar a 150. En el siguiente borrador alcancé 180. Meses después la retomé y escribí 30 cuartillas más. Ajustes en cada capítulo, división de los muy largos, dónde insertar un giro, qué ir revelando de trama. El trabajo del escritor no sólo es saber contar una historia, sino cómo contarla y sobre todo, cuándo.

Cuándo parar, cuándo decir basta, si en las muchas reescrituras que tuvo la novela, seguía revelándoseme el pasado de Antonio. En el primer borrador ella salió completa, casi de un tirón, pero Antonio estaba agazapado en las sombras, sin querer mostrarse, con miedo de enfrentarse al mundo. Vivir su destino. Los personajes de una novela realmente comienzan a vivir cuando son descubiertos por los lectores. A ellos tienen que darles explicaciones de sus actos y de sus decisiones, yo lo sabía y como todo buen padre trataba de protegerlos, de hacerles más fácil el final de su camino.

Le entregué a Gilma Luque el “manuscrito” final engargolado, como lo piden las editoriales, fuente Times New Roman a 12 puntos y a doble espacio. Meses más tarde me lo regresó con la formación que tendría el libro y con algunas correcciones. Son mínimas, me dijo, la novela está muy limpia. Asentí con la cabeza, sabiendo que esas “correcciones” que ella había hecho pueden ser tan delicadas como querer educar al hijo de otro. Revísalo, el lunes se va a imprenta, me advirtió. Era viernes. Oscurecía.

Sigue estos sencillos tres pasos

1. Compra
2. Lee
3. Comenta Cállate niña.

A partir del 11 de noviembre las lectoras tienen la palabra.

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